La educación incorrupta

La educación incorrupta

La serpiente creció, como en la fábula de Lope de Vega, y se convirtió en un monstruo que trascendió el peligro sectorial para tornarse en amenaza general sin distingos de categorías social, política o económica.

La verdad es que la advertencia había venido circulando en libros y concejas desde tiempos atrás.

“Si alimentas un cuervo te sacará los ojos” porque su naturaleza no es ingenua sino perversa.

No se trate de esperar un cambio positivo en lo que es negativo por idiosincrasia.

EI refrán -otra advertencia histórica insertada en la lengua- ha señalado desde hace siglos que el árbol que crece torcido nunca su rama endereza… La poética musicalidad con que se ha perpetuado el dicho debió inspirar no el descuido sino la prevención. Pero educadores, padres de familia, líderes y pensadores se adormecieron con el canto porque el hombre es, normalmente, inclinado a la candidez hasta que el problema toca las puertas de su propia casa.

Antes, cree que el peligro es problema de los demás.

Hoy, el monstruo de la corrupción roza todas las áreas de la sociedad local e internacional.

Con la desventaja dolorosa en los países subdesarrollados que no cuentan con armas suficientemente potentes para enfrentar el fenómeno común.

La educación trató el problema con mano suave en nuestros países porque debilidades psicológicas nos inclinan a confiar más en la suerte que en la ciencia, más en el azar que en la determinación seriamente planificada y realizada.

Así, nos hemos convertido en nuestros propios enemigos.

Y la corrupción arropó los núcleos básicos: el hogar, la escuela, la empresa.

Todo empezó con el truco habitual en el ambiente aldeano, y de ahí fue degenerando en espiral ascendente hasta el engaño, la degeneración, la trampa, el delito, la criminalidad, la violencia de ribetes peligrosamente complejos.

El panorama gris en principio se hace turbio y oscuro.

Algo muy serio como es la estabilidad social figura en la perspectiva del cuadro amenazador.

La decisión se expande hasta la responsabilidad de todos sin excepción. Ante la colectivización del problema, la colectividad pasa a ocupar el centro del drama como protagonista de la posible solución.

Como se estima en lenguaje cristiano, la división del reino es debilidad cuando el enemigo es común.

Aunque la ausencia de lógica aludida en esta consideración no es nada nuevo en el mundo “en desarrollo” y por ello resulta tan difícil una actitud que es normal donde la educación figure al centro de la vida, cual sucede en el ámbito desarrollado de este mismo mundo dividido en dos: los que razonan con el cerebro y los que piensan con el corazón.

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