La educación superior de los mayores

La educación superior de los mayores

En un reciente artículo en HOY, el eminente neurocirujano Dr. José Silié compartió su reflexión de que “el espíritu humano es inquebrantable y que no tiene edad”.  Compartiendo en su día oficial con “envejecientes”, término políticamente correcto más o menos aceptable, pudo confirmar “Que nuestras fuerzas mayores radican en las profundidades del ser, y que esa vitalidad puede permanecer intacta desde nuestros albores y que se manifiesta en el placer de vivir la vida, de abrazar a nuestros seres queridos, de amar intensamente, de disfrutar nuestras acciones, de escuchar una hermosa melodía”. 

También de estudiar, añadirían quienes compartiendo esa creencia decidieron presentar ofertas educativas a la población de la tercera edad.  Un buen número de disciplinas de las ciencias sociales hace tiempo que imparten con su método andragógico de facilitaciones, participantes, esfuerzo concentrado y preeminencia del trabajo en grupo.

Instituciones enfocadas en sus inicios en la población de 40-59 años, en crecimiento por la disminución del índice de fertilidad y una mayor esperanza de vida, previeron su demanda de servicios educativos para mantenerse y progresar en sus puestos de trabajo o actividades empresariales.  Las encuestas laborales del Banco Central muestran que en ese rango de edades se encontraba el 20% de la población en edad de trabajar (PET) en 1996, porcentaje que aumenta al 24.6% en el 2010. En la población económicamente activa (PEA), el cambio fue de 25.4 a 33%, para el mismo período, y su tasa de desempleo ha sido consistentemente menor que la tasa global.  ¿Sería una osadía otorgar una parte del crédito por estas cifras, a los gestores del modelo de educación universitaria enfocado a los mayorcitos?

Los datos, sin embargo, también indican que hay espacio para seguir ampliando y mejorando los esfuerzos en educar la población más adulta.  Para abril 2010, unos 120 mil adultos entre 40 y 59 años de edad no encontraban trabajo y más de medio millón no estaban buscando, característica que los clasifica como inactivos (y no desocupados) en las estadísticas laborales.  En un país pobre como el nuestro, es obvio que en ese grupo no predominen felices pensionados a destiempo.  Tal vez la norma sea de adultos que “hay que rescatar del aislamiento social productivo”, como aspira una de las instituciones pioneras en la educación para la tercera edad.

A pesar de la reducción en la edad mínima de ingreso, casos de selección adversa y su cuota normal de zánganos y orates, el sistema funciona. Los adultos mayores vuelven o inician estudios superiores abrazando, con seriedad, dedicación y sacrificios, los principios de “convivencialidad, eticidad y autodesarrollo”.  Los que así lo hacen saben que algo les toca  del “espíritu inquebrantable y sin edad” que  el Dr. José Silié menciona en su artículo.

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