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Los antecedentes históricos de una economía global datan de finales del siglo XV con la ocurrencia de dos grandes acontecimientos, el descubrimiento de América por Cristóbal Colón y el viaje de Vasco de Gama alrededor del mundo; pero, la idea de un mercado mundial se remonta al siglo XVIII. La misma está explícita en la obra “Indagación Acerca de la Naturaleza y las Causas de las Riquezas de las Naciones” de Adam Smith, uno de los fundadores de la economía clásica. En esa época, a pesar de que aún quedaban reminiscencias del medievo, el régimen capitalista prevalecía en todas las ramas de la industria, el comercio y la agricultura inglesa, manifestándose en forma patente en la organización y división del trabajo de sus grandes empresas manufactureras. En su libro publicado en 1776 y reeditado en múltiple ocasiones, Adam Smith expone las causas de la aparición de las riquezas en las naciones. El éxito alcanzado por su obra se debió más bien al carácter generalizador de la misma y a la elocuente defensa que hace su autor del régimen de libertad económica. Adam Smith consideraba que en el intercambio de bienes y servicios, y en la división del trabajo reposaba la razón de ser de toda sociedad.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a tono con los Estados Unidos de América y en relación de rivalidad con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En esa época, José Stalin, Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y Charles De Gaulle, gobernantes de las naciones vencedoras en el conflicto mundial, ejercían el dominio político y económico de casi todo el planeta.
El 22 de julio de 1994 se llevó a cabo en la ciudad de Breton Wood, Estados Unidos, la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas que concluyó con la firma de los acuerdos de Breton Woods. A partir de entonces, el dólar norteamericano alcanzó la categoría de referente monetario de los mercados financieros internacionales. Fue allí donde se materializó el proyecto de mayor éxito entre los de la postguerra, el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) con la finalidad de romper con las barreras arancelarias, dar apertura a los mercados y fomentar el comercio global. A partir de entonces, se celebraron varias rondas de conversaciones del GATT, una ellas se escenificó en Uruguay y concluyó con la firma en 1994 del Acta de Marrakest, que dio origen a la Organización Mundial del Comercio cuyo objetivo fue crear las condiciones de una liberación de los mercados en el ámbito internacional.
Los adelantos de la informática, de los medios de comunicación, de los satélites artificiales y de otros acontecimientos facilitaron los intercambios comerciales y de otra índole entre países y posibilitaron la realización de las transacciones económicas a distancia. Hicieron que el planeta tierra apareciera ante nuestros ojos como una especie de aldea global.
Hace sólo unos cuantos años que dos grandes acontecimientos estremecieron el mundo: la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ambos contribuyeron al resurgimiento de las ideas del libre comercio y de liberalismo económico de Adam Smith refundidas en el concepto de globalización de la economía, de los mercados, de los puestos de trabajo, de la producción, de la prestación de servicios y de la vida en general.
En aparente contradicción con el hecho de la existencia de una Organización Mundial del Comercio surgió la tendencia de los países a agruparse en bloques regionales. Todo ello ha dificultado el entender la conformación de un mundo tan complejo como el que nos ha tocado vivir.