La enérgica protesta de
la aristocracia pendera

La enérgica protesta de<BR>la aristocracia pendera

RAFAEL ACEVEDO
Quiera Dios y no ocurra una desgracia, pero si así fuese, sépase que no he sido yo el culpable, sino (lo digo sin querer culpar a nadie), del escaso conocimiento de geografía patria de un corrector de periódico, que en el artículo anterior me puso una «j» donde yo había escrito una «r». Ocurre que los habitantes de la sección de La Penda, o sea, la de La Vega (y de ninguno de los otros diez parajes restantes que tienen el mismo toponímico), prefieren llamarse pendanos, para evitar que algún ignorante, creyendo que se trata de un error ortográfico, o por dársela de bromista, otro quiera poner una «j», y en vez de llamarles pendanos, les llamen la otra cosa.»

Como mi madre nació en el susodicho y dichoso lugar, tengo mucho de pendano o pendero, pero nada de lo otro. Al contrario, siempre me he creído de una estirpe (si esta palabra se puede aún usar para personas honradas) de gente ligada a los tabaqueros del corazón Cibao, principales responsables de la Restauración de la República, y del desarrollo de la democracia y los valores de clase media de este país. «El tabaco es un verdadero padre de la patria», decía el muy ilustre Pedro Francisco Bonó, dándole explicación al surgimiento de la burguesía rural del Cibao Central, que tenía en Licey, Tamboril, Jacagua, Gurabo, Puñal, La Penda, Río Verde y otras comunidades, los asentamientos tabaqueros, que dieron origen a una » élite atípica», una clase emergente, con orgullo patrio y regional que, cuando no se perdía en aventuras de poder caudillesco, era bien capaz de producir grandes hombres.

Pero mi historia es más modesta y sencilla, aunque tiene algo de trágica; porque habiendo escrito la semana pasada un artículo dedicado al honorable y exclusivo Club de los Penderos, alguien se atrevió a meter la necia «j» en la palabra y los penderos están buscando sus viejos sables, puñales y revólveres, para lavar con sangre la afrenta. De casualidad me salvé yo, aunque les explique lo del corrector o le diga en vano que existe un programa de computadora que cambia letras de las palabras cuando detecta lo que cree que es un error.

Esos pendanos están más molestos que el día que le dieron la pescozada a Juan Cuacuey, que lo pregonaba inconsolable por el camino real, en busca del atrevido que lo golpeó a traición. Comparado con el que se va armar, el lío de Yamasá es un «gas profano», porque desde el follón de Yamasá para acá, los gases de dividen en gases de cocinar o propanos, y gases profanos que, como el de llamaza, expelen personas indecentes; y no tiene nada que ver con el mal olor que hay alrededor de la Refinería de Petróleo, a causa de gentes que están por meterse en el negocio del gas, y que apestan a corrupción, sin que el gobierno diga esta nariz es mía.

Bueno, pero mi asunto es otro, porque yo evito las palabras malolientes y vulgares, especialmente para tratar un asunto tan peligroso como éste de que se crea que la gente decente no tiene derecho a ser de La Penda. Lo que quiero dejar bien claro, a propósito de que estamos en campaña contra la corrupción, es que en el Honorable y Exclusivo Club de los Penderos no habrá nadie tonto ni nadie deshonesto con olor a gas o a fraude financiero; sino que gente buena y esforzada, convencida de que el mejor negocio del mundo es servir a Dios y a su país, y vivir decentemente. (Y que quede claro, los cristianos ni somos tontos ni acostumbramos palabras groseras, aunque aspiramos lo mejor). «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza; en esto pensad». (Filipenses 4:8).

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