La entronización de la mentira y el engaño

La entronización de la mentira y el engaño

José L. me dijo en una ocasión que un ismo habría permeado la vida política dominicana. Se trata de una suerte de característica del «Prócer del Jaya», precedido por su sobrenombre incorporado al accionar político, fundamentado en la utilización sistemática del sofisma como ariete de convencimiento. En el fondo, una especie de fusión entre el goebbelismo y el maniqueísmo de la verdad y la tendencia a confundir con artificios para imponer «una verdad oficial». Afirmaba mi elocuente interlocutor que ese instrumento nocivo se había hecho práctica habitual en el manejo de los órganos públicos, como una seria amenaza para la vida institucional del país.

Todo aquello parecía hiperbólico o quimérico; ahora se está viendo que no era una exageración o una alucinación personal. De hecho, estamos asistiendo a la glorificación de la mentira y el engaño a todos los niveles, lo cual ha traído como consecuencia un clima irrespirable de corrupción indetenible y de disolución social en todos los estratos de la sociedad. Estamos mucho más allá de la época de «Poderoso caballero es Don Dinero», la inmortal obra de Francisco de Quevedo, que retrata la época en que le tocó vivir; y justo en el centro de una sociopatía, en la cual «aceptamos que las personas perversas son los más inteligentes y que los recatados son los desadaptados sociales»,_ como señalaba certera mente el siquiatra y sociólogo José Miguel Gómez, en bien ponderado artículo sobre el tema.

El descreimiento en las instituciones públicas y la desconfianza generalizada no son más que una resultante de la entronización del sofisma, que han convertido en poderosos al «Prócer del Jaya» y su compañía. Cónsono con el tema, me decía, antes de morir, el padre Alemán, brillante economista, pensador y catedrático, que él se preguntaba cómo el país podía andar cuando todo estaba mal, pero a su juicio, eso no era lo más preocupante, sino que nos acostumbrásemos a semejante distorsión. Yo pienso que si ese eminente intelectual viviese ahora de seguro estaría conteste conmigo en el sentido de que actualmente lo que a él le preocupaba entonces, cedería su lugar por algo mucho más grave, y es que los corruptos hayan logrado, por la impunidad que los protege, erigirse en paradigmas o ejemplos a seguir para las nuevas generaciones. Va a ser muy difícil, lamentablemente, revertir la situación imperante por medios democráticos. Estamos inmersos en un proceso involutivo en lo ético, en lo político, en lo económico y en lo social. El supuesto «progreso» se reduce al ámbito tecnológico y al campo de la información y la comunicación social, que traen consigo los aspectos secundarios de la esclavización y robotización cultural.

Vargas Llosa ha denominado a esta etapa de la evolución cultural, como «La Civilización del Espectáculo», un encomiable intento intelectual para la comprensión de la realidad social que nos asfixia de cuyo apocalíptico final solo puede salvarnos una fuerza social emergente con verdadera vocación liberadora que desactive las trampas gatopardezcas – «hay que cambiar algo para que todo siga como está»- que entraban a la sociedad para alcanzar su pleno desarrollo.

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