Siendo jovenzuelos pueblerinos, tratábamos de imaginar lo que sabios y científicos llamaban “entropía”: La muerte del universo. Un tema acaso más atractivo cuando la vida adolescente se tornaba, por momentos, angustiosa, impredecible. Era tal vez solo excusa para quedarnos hasta muy tarde en el parque tomando tragos (¿escapando?), disfrutando esos tiempos cuando nadie estorbaba en calles ni espacios públicos.
Discurríamos sin preocupación, puesto que la entropía o paralización total de la vida y del universo no sería cosa sino de miles de millones de años. En la práctica, un concepto carente de interés presente en cualquier tiempo conocido.
Actualmente, los científicos han acercado este concepto a algo más inteligible: “La situación en que los componentes del universo llegan a una situación de dispersión o desconexión total unos respectos de otros y, por tanto, ya no existen ni son posibles las acciones con propósito; ni tendentes a producir movimiento alguno. Por lo cual todo se paraliza”. (O algo así).
Sería, digamos, como que, respectivamente, los miembros individuales de una civilización caigan en un estado de incomunicación total; donde egoísmo y egocentrismo sean una sola cosa, y nadie quiera, por temor o desinterés, comunicarse ni relacionarse con nadie más; ni siquiera consigo mismo.
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Donde “el otro” se reduce a un ente al que podremos usar como instrumento, para satisfacción de nuestras necesidades de apoyo emocional, o sexual.
De hecho, cuando el otro es tan solo un instrumento deja de existir como persona. Y ya no es nuestro prójimo, y mucho menos quien Yahvé dijo que debemos amar “como a uno mismo”.
O sea, según van sucediéndose algunas cosas, no será imposible que llegue el día en que todo lo resuelva una tarjeta de crédito, un celular o computador de bolsillo; habrá aparatos de salud, acariciadores mentales, sensuales que hagan posible la autarquía, la autosuficiencia; el automatismo y el autismo total. Sería casi innecesaria la comunicación directa entre humanos; computadoras inteligentes, máquinas que informan, divierten y hacen lo que usted demande.
Mercadólogos, genios oligárquicos, estrategas políticos y empresariales dirigiendo el mundo. Google, Facebook e Instagram saben todo de usted; y están dispuestos a resolvérselo todo de la manera más agradable, barata, auténticamente individualizada.
Debe preocuparnos ver hasta los analfabetos, a obreros, vigilantes y amas de casa: tan lejanos de quienes están a su lado. Con el celular, la telenovela; él con el trago y la bachata a todo volumen. Distanciamiento físico, mental, psicológico y social equivalente a cierta forma de entropía.
Llegaría el momento en que no requeriremos de otros humanos para nada. Tampoco habrá necesidad de concertar siquiera una acción comunitaria ni un programa de gobierno.
Y la sociedad humana padecería (o disfrutaría, depende del punto de vista de cada cual) de una entropía idílica, como un limbo individual paradisíaco, donde el otro no existe o no es necesario.
Nadie necesitará al prójimo, ni tampoco a Dios. Ni mucho menos serán ya necesarios, según ese sistema hacia el cual nos desplazaríamos, ni la salvación, ni el cielo ni la vida eterna.