La envidia, ¿qué es?

La envidia, ¿qué es?

MIGUEL ANGEL SANTANA MARCANO
Solamente con estos dos textos podríamos formarnos una idea de lo grave y peligroso que es el pecado capital de la envidia. San León Magno afirma: La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio (Sermón 73, 4).

Por lo tanto, con luz meridiana se deduce que el primer pecado de Adán y Eva fue por envidia del Maligno y que Jesús el gran seductor de corazones fue entregado por envidia. Qué terrible, qué maligno, qué peligroso, qué dañino tiene que ser el pecado de la envidia que destruyó el estado de felicidad y de gracia de los primeros padres y entregó a Jesús a la muerte y muerte de cruz.

La envidia existe más de lo que la gente piensa. Desde muy antiguo ya se estudió el pecado capital de la envidia.

Quinto Horacio Flaco decía que el envidioso con un diente muerde, como y siempre tiene hambre. Como el envidioso no puede ocultar, aunque quiera, su interioridad envidiosa, la manifiesta en la cara, en los ojos, en la boca; en todo su ser, deja ver la bilis, y como la bilis es verde, el envidioso se pone verde. El número 1866 del Catecismo, nos presenta la envidia como uno de los 7 Pecados Capitales, porque generan otros pecados.

San Gregorio Magno y San Juan Casiano han estudiado el pecado capital de la envidia.

El libro de la Sabiduría 2, 24 expresa: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.

El número 2538 del Catecismo expresa: El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia, y añade: David envidiaba al pobre que tenía una sola ovejita y terminó robándosela. La envidia puede conducir a las peores fechorías dice el Catecismo.

Luchamos entre nosotros y es la envidia la que nos arma unos contra otros, dice San Juan Crisóstomo comentando a San Pablo en 2 Corintios 28, 3-4. Tal vez sea el número 2539 del Catecismo el que mejor nos pinta al envidioso y la envidia.

“La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo aunque sea en forma indebida.

Cuando se desea al prójimo un mal grave, es un pecado mortal”.

San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia”.

San Gregorio Magno decía: “De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad”.

La envidia representa un rechazo de la caridad y una de las formas de la tristeza.

La envidia procede con frecuencia del orgullo.

Dice San Juan Crisóstomo (hom. In Rom 7, 3): “¿Querrías ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con eso Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado, se dirá, porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros”. Dice Baltazar Gracián en el Arte de la Prudencia n. 162: No hay venganza más insigne que los méritos y cualidades que vencen y atormentan a la envidia. Cada éxito es aumentar el tormento del envidioso.

Para el competidor es un infierno la gloria del otro. Este es el mayor castigo: hacer del éxito veneno. El envidioso no muere de una vez sino tantas como vive en las voces y aplausos del envidiado. La eternidad de la fama de uno compite con la penalidad del otro.

Pidámosle al Espíritu Santo que destierre del corazón de los envidiosos el “pecado diabólico por excelencia”: la envidia.

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