La envidia

La envidia

En la obra “La Ciencia y la Vida” de Valentín Fuster y José Sampedro, señalan estos sabios pensadores lo siguiente: “Es decir, el egoísta no mantiene relaciones humanas y el egocéntrico, en cambio, atrae continuamente a la sociedad hacia él, pero en realidad es una falacia. Necesita de la sociedad precisamente por el aislamiento en que vive.

– Sí, egoísmo y egocentrismo son como el anverso y el reverso de la misma moneda.

– Exactamente. Luego viene la envidia. Es un tema interesante, pero difícil para mí. Gracias a Dios, es un vicio que no poseo. Me siento totalmente liberado.

– La envidia nace del aislamiento. El individuo que la padece necesita estar continuamente pendiente del otro para sentirse superior. Es otro tipo de soledad, ¿comprendes? Y es pecado capital en éste país.”  Estos juicios en su interesante libro, de un intelectual de la cardiología y  de un escritor de prestigio, son compartidos por mí en su totalidad.

Pero por qué el tema de la envidia? La refinada dama Doña Maribel Lazala nos invitó a su programa de televisión, “Gente Importante”, para que habláramos de los últimos adelantos en Neurología sobre unas investigaciones publicadas recientemente, acerca del tema de este sentimiento tan negativo y tan mezquino que produce  necesariamente dolor en el alma al que la padece. Estoy seguro que todo aquel que se deja arrastrar por tan roñoso sentimiento como la envidia, se debe acostar cada noche en la cama de Procusto, aquel personaje mitológico griego, cruel y sanguinario de Ática, que torturaba a sus víctimas acostándolas en una cama estrecha para producirles dolor, hasta que el héroe griego Teseo lo sometió a su propia tortura.

La investigaciones lideradas por el científico Hidehiko Takahashi, del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas del Japón, y publicados estos encuentros en Science, utilizaron la resonancia magnética nuclear. Concluyeron que las áreas de la corteza anterior cingulada, que guarda relación estrecha con el dolor, se activa en estos personajes que sienten una gran envidia. Pero lo peor es que esos mismos investigadores demostraron que cuando esos envidiosos se enteraban del fracaso del que envidiaban, el centro del placer, liderado por la dopamina en áreas  profundas en el cerebro y que tienen que ver con la gratificación, tal como el  estriato ventral, se activaban en esos envidiosos, como  muestra de goce ante el fracaso del envidiado.

En mi condición de Neurólogo, me resulta difícil aceptar estos encuentros,  tales como el  que una persona sienta “placer” por el daño o el fracaso del otro. Me resisto ante la perspectiva de esa torsión del alma humana, que se podría considerar como una amputación de las facultades del buen coexistir, pero no podemos olvidar que Caín mató a Abel.  Por ese sentimiento tan nefasto que en algunos se convierte en obsesión, y en otros pasión, y bien sabemos que a toda pasión le es consustancial cierto grado de ceguedad.

Las complejidades del alma humana son difíciles de desentrañar, pero en la medida que nos adentramos en el conocimiento del órgano rector, nos damos cuenta de que estos sentimientos son tan poderosos en esas almas imperfectas, que son capaces de cambiar en su interior la sabiduría de disfrutar lo propio, lo mucho  o poco que podamos tener, y se dejan arrastrar por el  impulso de este dañino y doloroso sentimiento como es la envida, que de manera obligatoria demandará algo análogo: el sacrificio de la propia felicidad. La que él solo logrará cuando vea el  fracaso o la caída del personaje  envidiado.

El envidioso, jamás podrá ser feliz, opino igual que el gran Martí de Cuba, quien  dijo: “Triste es no tener amigos, pero más triste es no tener enemigos, porque el que enemigos no tenga, señal es que no tiene talento que haga sombra, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que se le envidie”.

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