Los roídos sobre telas están de capa caída como expresión de encontrarse en mala económicamente hablando.
Bípedos y bípedas de la «nueva ola» han pasado a enaltecerlos.
El roto en las vestimentas de moda ya no sirve como signo de pobreza extrema.
Por más que la gente mentalmente equilibrada prefiera por sentido común ver que las cosas están correctas, los furos y deshilaches viven cruzándose en el camino de la gente normal que tiene ojos en la cara.
Unas muy delineadas caderas secundadas por glúteos de precioso relieve, solo serían despreciables si el ceñido dril que los recubre incluye las imperfecciones de último momento que llevan a creer que fueron causadas con rabia destructiva para que algunas ropas parezcan muy pasadas de años y casi como provenientes del zafacón.
Puede verse a bonitas mujeres tan adentradas en lo retro que después de prescindir de lo desgastado retornan a su encuentro.
Y como siempre la recogida municipal de desperdicios es tardía, toda deplorable «prenda» de vestir puede ser resucitada.
Los dictados de los diseñadores de fama pueden parecernos todo lo descabellado que uno quiera suponer, pero la obediencia ciega a sus inventos siempre proporciona aceptación. Una docilidad de borregos les garantiza el éxito esencialmente comercial.
«Pónganse en fila y avancen hacia perchas y escaparates del mercado textil sin que les preocupe lo deshilado y arrasen con todos los zaragüelles que encuentren». Curioso mensaje hacia los oídos de multitudes que seguramente fue expresado, solo que con palabras de etiqueta.
Habría que ver a dónde llegarán los especialistas que controlan hasta el absurdo los gustos de una parte de la humanidad. ¿Cobrarán actualidad los colmillos de Drácula imitados como salientes de unos muy femeninos labios que antes parecían exquisitos?
¿O luego poblarán los pasillos de los centros comerciales unas caminantes tocadas por extravagantes diademas llenas de lucecitas sin navidad pero con jeroglíficos que aludan a la vanidosa antecesora del gineceo actual de nombre Cleopatra?
Furos desafiantes recorren múltiples envolturas anatómicas del tronco para abajo. Sin ninguna prudencia, logran acercarse a las partes pudendas, dando esperanza a los practicantes de bouyerismo de que gracias a las innovaciones osadas, pronto sería innecesario trepar paredes y meter la mirada por rendijas para ver lo prohibido.
Unos desfleques a nivel de rodillas, que parecen dotarlas de fauces abiertas, harían inferir que se trata de una bella muchacha que fue castigada en su hogar poniéndola a restregar el piso hincada sobre la superficie.
Busca uno de una vez la visibilidad de sus nudillos hasta los cuáles deberían haber llegado los daños por tan ingrata tarea; pero no. Su único sacrificio ha sido dañar la vestimenta para estar en el último «guay».
La apariencia ruinosa en atuendos de estos tiempos es de mucha variedad. Incluye unos guayados que dejan ver mucha carne cruzada por hilos precarios que muy seguramente habían dicho adiós en la década anterior al color que les correspondía.
No faltan los bolsillos de chaquetas de tela cruda cuyos bordes consumidos claman por zurcidos. Si tuvieran ojos y lagrimales no cesarían de llorar.
Se prefiere que otros rasgados aparezcan en las cachuchas que presentan el aspecto de haber pasado la mayor parte de su vida en las casas de empeño. Unos desforres en plena cabeza. Pero por sorprendente que parezca, no se puede dudar que en realidad acaban de salir de sus cajetas.
Hemos visto en las galerías que publica el FBI de los más buscados por deudas con la ley, fugitivos que nunca llegaron a tal crujía. ¿Será por estar tan fuera de actualidad que los persiguen como aguja?