Las tres décadas de Rafael Leónidas Trujillo Molina estuvieron marcadas por el baile y es que, según numerosos escritos, el merengue fue uno de los géneros musicales preferidos por el dictador, el cual no era un simple gusto, sino también una estrategia para llegar a la clase más humilde y campesina de la sociedad dominicana.
Además, a juicio de José Tomás Lora Leiter, sociólogo y maestro de la Universidad Católica Santo Domingo (UCSD), para esto último, Trujillo instauró un sistema basado en la identificación y exaltación de su figura, así como la eliminación total de cualquier manifestación artística que fuera en contra o discrepara con su régimen dictatorial.
La historiadora Celsa Albert afirma de manera categórica que el largo período de los 31 años fue un dinámico proceso de trujillización que contaminó y perturbó la sociedad dominicana incidiendo en la educación y la cultura. Donde el culto al jefe, la mentira, la incoherencia, el racismo, la discriminación, la xenofobia y la egolatría impregnaron y permearon la producción cultural y educativa; no solo lo considerado popular debido a las disposiciones y el autoritarismo que pautaron la superestructura.
Estos haceres cotidianos e inusuales van a rendir homenaje a su persona desde los distintos ambientes y situaciones en que se desenvuelve el ser humano y la sociedad de manera individual y colectiva, dejando desprovisto de un posible apoyo solitario a quienes lo adversaron, explica la historiadora.
Concepciones egocéntricas. Fueron numerosas las manifestaciones que exaltaban y endiosaban la figura del dictador: la colocación de una foto suya en cada hogar e instituciones dominicanas, poner su nombre a las comunidades del país, así como también asignar el nombre de sus familiares a instituciones de carácter cultural y educativo.
Asimismo muestra de su egocentrismo era la frase que constantemente expresaba el tirano: Dios gobierna en los cielos y El Jefe en la tierra.
Cultura racista. Andrés L. Mateo, en su libro Mitos y cultura en la era de Trujillo, asegura que el racismo del opresor era tan fuerte que cada mañana era embardunado su cuerpo con talco y maquillado su rostro para ocultar el negro del color de su piel, a esto le agrega que el déspota usaba prendas de vestir que cubrían su cuerpo en totalidad y solo divisaban las manos.
Además, el escritor afirma que en la era de Trujillo las personas de color, eran llamadas indias, morenas, a los mulatos se les decía lavaito, situación que ha permanecido hasta hoy, cuando en la cédula de identidad y electoral a cualquier dominicano se le pone color de piel indio, en vez de mulato o negro.
Una fe en Cristo superflua. Como parte de una cultura religiosa singularizada en la persona de Trujillo, la creencia en Cristo era superflua, generalmente sin base doctrinal. En lo religioso tanto como en lo social predominaba una práctica ritual, vacía, artificial, simulada; una moral pública temerosa del dictador, de la iglesia y del qué dirán, pero no internalizada bajo un proceso de aprendizaje sistemático, racional y vivencial de la fe y la doctrina, explica el periodista Rafael Acevedo.
El arte como forma de control. Desde antes de la dictadura de Trujillo existían cantantes y bailarines, pero la actividad artística toma mayor auge con la fundación de La Voz Dominicana, (hoy Corporación Estatal de Radio y Televisión, CERTV) propiedad en ese entonces del general José Arismendi Trujillo Molina (Petán), hermano de Trujillo, quien había iniciado su incursión como empresario radiofónico en Bonao, donde fundó años antes La Voz del Yuna.
La radio televisora, única en esa época, fue la plataforma para que muchos artistas pudieran explotar su creatividad, en ésta se formaron escuelas de canto y baile. La Orquesta San José de la cual fue miembro el legendario Joseíto Mateo, La Angelita, entre otras, donde se le daba participación al artista dominicano.
Pero, ¿qué se escondía tras el telón? Detrás de la risa, las prendas de vestir, el maquillaje, la güira, la tambora y otros elementos que daban espacio al espectáculo, se escondía la parte más oscuras de las vidas de las mujeres, que con la ilusión de ser artistas caían en las manos de los Trujillo.
Según el periodista Arismendi Vásquez, Petán tenía un grupo de escuchas que se encargaban de reclutar hermosas adolescentes con aptitudes para el canto y al baile, algunas de las que tenían la oportunidad de ser aceptadas por el protector del artista dominicano eran invitadas por éste a su despacho, donde las recibía con lencerías íntimas, luego las seducía con palabras bonitas y las violaba.
Vásquez agrega que Petán hizo construir una edificación para que residieran sus bailarinas favoritas, unas 30 aproximadamente con edades comprendidas entre 12 y 20 años, las cuales disfrutaban de buena comida, dormitorios y el confort que adornaba la edificación.
Desde la lujosa residencia el general Petán observaba a través de unos binoculares, cada uno de los movimientos de su harén, cuyas integrantes servían noche por noche para darle placer sexual, sostiene Vásquez.
Importantización del merengue. Paradójicamente, y en esto coinciden muchos historiadores, la Era de Trujillo marcó un precedente en la importantización del merengue, que antes era rechazado por la burguesía dominicana y no podía ser tocado en salones frecuentados por la clase alta. Algunos dicen que el tirano lo usaba como una forma de castigo para las élites que se habían negado a aceptarlo anteriormente.
Sin dudas, estas acciones fueron determinantes para que el merengue fuera reconocido como insignia de los dominicanos.
ZOOM
Para el maestro Rafael Solano la Era de Trujillo se resume, desde el inicio hasta el final, en una antología de merengues compuestos para rendirle loas, ya que en cada uno de estos, se decía lo que el déspota hacía.
Cabe destacar algunos de los artistas y merengues que se hicieron famosos en la época, como Joseíto Mateo, voz principal de la Súper Orquesta San José, con las canciones: Entre hermanos, Trujillo y Franco.
Además, Rafael Martínez, con Najayo, Salve San Cristóbal, La miseria y Seguiré a caballo, entre otros temas.