En la segunda mitad del siglo XX el mundo empezó a convertirse en “varios mundos”. La irrupción de unos 100 nuevos países emergidos del proceso de descolonización, producto del equilibrio entre los dos regímenes contrincantes que dieron forma a la llamada “Guerra Fría” y el acercamiento de la mayoría de nuevos actores a la esfera soviético -cubana provocó que se inventara la teoría de tres mundos: el occidental tradicional – capitalista – de casi doscientos años -; el mundo socialista, inaugurado con la Revolución Rusa de 1917, ampliado por el avance liberador soviético en la Segunda Guerra Mundial forjando el campo socialista inicialmente con componentes europeos que se extendió a Asia y, en 1959, a América Latina con el triunfo de la Revolución Cubana y finalmente, los países que rompieron el yugo colonial. Estos, alcanzada la liberación formal, buscaban reforzar una verdadera independencia política alejándose de sus ex metrópolis y acercándose al campo socialista donde encontraban una Cuba que en muchos casos ayudó en su gesta liberadora y les seguía apoyando con hombres y asesorías. Los creadores de ideas se inventaron el término “Tercer Mundo” como receta para promover que los nuevos actores se mantuvieran en equidistancia del “primer” y “segundo mundo”.
No fue muy efectivo, hasta que de repente a finales de los ochenta e inicios de los noventa el segundo mundo se evaporó – en sus componentes europeos -. Era el momento oportuno para que los mismos ideólogos de la creación de la idea de tres mundos decretasen, no el vacío del “segundo mundo” o que el “tercero” pasase a ocuparlo, sino que ahora existiría un solo mundo, una “aldea global” que por supuesto sería dirigida por aquel “primer mundo” triunfante de la “Guerra Fría”. Habíamos entrado en la era global.
Ciertamente el planeta había venido viviendo un proceso creciente y constante de mundialización. Con viajes audaces, el comercio de nuevos productos agrandaba y acercaban mercados.
Colón, Magallanes, Marco Polo fueron de los más brillantes aventureros que agrandaron el mercado mundial, aunque no los únicos. Nuevos países, nuevos mercados y nuevos productos. Lo que sería centurias más tarde el “primer mundo” se enriqueció y sobresalieron explotando, literalmente, a los que después nos bautizarían como “tercer mundo”. Fue una bendición de la colonización. El obispo sudafricano Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz, lo resumió brillantemente en una frase lapidaria: los colonizadores llegaron con la biblia y nosotros teníamos la tierra; nos dijeron cierren los ojos y recemos. Cuando volvimos a abrir los ojos nosotros teníamos la biblia y ellos la tierra.
En esencia lo derivado de esa realidad no ha cambiado en siglos y sigue siendo, en buena medida, causante de las penurias de hoy.
Cuando empezaron a vendernos la idea de la existencia de un “solo mundo”, era la nueva propuesta para, en nuevas condiciones, decirnos “cierren los ojos y recen”. Sin embargo, el nuevo barco colonizador naufragó porque el mundo está demostrando que no es realmente una aldea aunque seguimos pendiente de las propuestas de otros.