El notable y maravilloso avance la ciencia y de la tecnología sofisticada e innovadora que apuesta a la robotización y la inteligencia mecánica, paradigmáticos signos del progreso de la modernidad y del futuro que nos aguarda y marca una diferencia significativa que apunta al final del “Siglo de las Luces”, la conquista de los derechos humanos y del ciudadano, que coloca al hombre como epicentro universal bajo la consigna “Libertad, Igualdad, Fraternidad” de la Revolución Francesa.
Ese alumbramiento que nos deslumbra, abruma, cautiva por sus extraordinarios logros y nos hace a ratos felices, como también nos convierte en seres cada vez más solitarios, solos, aislados e indefensos siendo, paradójicamente aquellos avances producto de la inteligencia humana por lo que debería operar en su beneficio. En cambio ese incremento de conocimientos y saberes en diversos campos y disciplinas que imprime mayor eficiencia, productividad y comercialización provoca los mayores beneficios a quienes con su ilimitado poder dominan el mercado y los medios, en detrimento de los valores y las virtudes espirituales que fueron paradigmas del pensamiento filosófico de los clásicos antiguos anteriores a la Era cristiana y con posterioridad, mayormente ocupados y preocupados en valorizar el ser humano, su comportamiento, su razón de ser, apegado a principios y valores éticos y morales indispensables para la convivencia y el ordenamiento jurídico de cualquier nación, muy divorciados del afán de poderes y lucro que el neoliberalismo globalizante privilegia con el auxilio de la ciencia y la alta tecnología que menosprecia esos valores viendo al individuo, ser único, irrepetible como objeto, lejos del epicentro de la creación.
El objetivo está a la vista. Revela un futuro conflictivo, incierto de difícil predicción. Es el aislamiento y la soledad del individuo, que acentúa, a pesar de las redes, su marginación su sentido de pertenencia y solidaridad frente al desbordamiento sistémico del desempleo masivo, la mecanización y robotización, de armas altamente destructivas, la depredación de los recursos naturales de la Madre Tierra y sus consecuencias: el hambre, el desamparo, la desolación.
Entretanto un hombre de avanzada edad continúa la lucha y ofrece sus memorias. El testamento de un ecologista integral que se niega a vivir “no en un país en desarrollo sino en vías de extinción.” Que prioriza al hombre y la preservación del medio ambiente, la estabilidad hídrica, el uso y distribución racional del agua y los ríos, los bienes de la naturaleza; que lucha contra la desertificación de nuestro territorio y los poderes que aniquilan y menosprecian la vida y al ser humano, bueno para el sufragio, opuesto a la discriminación, los males congénitos de agro tóxicos y otros productos químicos que envenena, al consumo y tráfico ilegal de drogas que degrada, a la corrupción, cargando consigo una vida austera, sencilla, honorable consagrada a la defensa de los valores patrios, el patrimonio de la nación y el bienestar general de su pueblo: Antonio Thomen, “testigo de excepción, protagonista de las batallas más encendidas en el campo de la preservación de nuestras riquezas naturales”, nos dice su compañero prologuista de la obra felizmente editada por el Archivo General de la Nación. ¡Enhorabuena!.