Eugenio María de Hostos revolucionó la cultura en República Dominicana, introdujo ideas liberales con hondo sentimiento social, como lo quiso Juan Pablo Duarte y lo planteó Gregorio Luperón. Estableció el autonomismo de las Antillas, fue la cumbre del movimiento intelectual de Latinoamérica de fines del siglo XIX y marcó en el país la orientación de las reformas en el campo educativo e intelectual.
Esas afirmaciones están contenidas en el libro “Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894)” del historiador Raymundo González, uno de los investigadores que más ha estudiado la historia de la enseñanza nacional y la vida del maestro puertorriqueño en Santo Domingo.
El magisterio de Hostos removió la conciencia social y representó un cambio de las formas de sentir, pensar y actuar de las personas, sobre todo en las ciudades, consigna González. Su labor, agrega, “dejó la más profunda huella en el pensamiento del siglo XX”.
Vivió aquí 14 años en tres ocasiones diferentes y dejó sentadas las bases en los sectores que buscaban con la transformación política la superación de los problemas que aquejaban a la República.
Pedro Henríquez Ureña lo definió “fuerte y original en todo. Como pensador y como escritor, fue más lejos de su magisterio: se encargó de fundar y dirigir la primera Escuela Normal, en 1880, a la vez que de enseñar en el Instituto Profesional”.
Con Hostos, el cambio de la vida intelectual del país fue total: coincidía con el floreciente despertar de las energías mentales que se revelaba entonces en la literatura, anota Henríquez Ureña “y se destaca su difusión de la instrucción, fundarla sobre bases de certidumbre racional”.
González apunta que la capacitación de Hostos no se limitaba a “las cuatro reglas” sino que “la escuela preparaba ciudadanos y ciudadanas con deberes y derechos que debían ser practicados en lo cotidiano, a veces contrastando con las costumbres tradicionales”.
La iglesia católica, la sociedad conservadora, lo combatieron. Porque el insigne educador, escritor, sociólogo, político, de gran nombradía en Hispanoamericana, abogaba por el final de la esclavitud, la emancipación de la mujer, el progreso tecnológico, la democracia moderna.
La clerecía lo enfrentó y levantó una campaña de intrigas en su contra, como las que se atribuyen al presbítero Francisco Gregorio Billini que, sin embargo, “pronto sería un aliado del método normalista”.
Monseñor Fernando Arturo de Meriño y Ulises Heureaux “lo empujaron al exilio”. Salió en diciembre de 1888. El primero creó la revista “El criterio católico”, para contrarrestar el avance del normalismo y polemizar contra las doctrinas cientificistas”, asevera Raymundo. Y añade: “El discurso religioso no pudo sustraerse a los cambios que la reforma hostosiana había producido en la sociedad dominicana”.
Hostos propugnaba por la educación científica de la mujer que, según su criterio, debía prepararse para actuar no solo en el hogar sino fuera de él. El Instituto de Señoritas fundado por Salomé Ureña adoptó el sistema de enseñanza racional de Hostos para quien era “ley eterna de la naturaleza, la igualdad del hombre y la mujer”.
Discípulos de Hostos.- Eran la clase privilegiada, respetada, admirada por unos, envidiados y detractados por otros. Se formaron en la Escuela Normal, en el Instituto Profesional y en el Instituto de Señoritas pero “fueron los normalistas los que alcanzaron un mayor espíritu de grupo”. Publicaron periódicos como “El Normalista” y “El Maestro” y dice Raymundo González que “polemizaron con quienes se oponían a los cambios educacionales que promovía la Normal sobre todo en cuanto a la pedagogía y las ideas científicas como fundamentos de la enseñanza moderna”.
“Se decía que “llevaban la frente muy alta”, lo que disgustaba a diversos sectores urbanos que veían en ello el desarrollo de un cierto elitismo en el grupo de los normalistas”, declaró Raymundo, entrevistado por HOY.
Significó que “todos desarrollaron y expresaron una gran veneración a Hostos, al que llamaron siempre el Maestro, por su sabiduría y ejemplo”.
Asegura que este sentimiento de gratitud “perduró más allá de su muerte”, sin embargo, el doctor Emilio Arnaldo Cabral, escribió en 1942 que en sus últimos días el Maestro no era visitado ni por sus discípulos y que desdeñaba por orgullo las dádivas de algunos. Pasaba hambre y fue víctima de una gran depresión.
En la vida y la obra de Hostos solo han profundizado miembros de la intelectualidad. Es un desconocido para jóvenes y adultos. En 2003 se le erigió una tarja con motivo del centenario de su muerte, en la casa donde vivió y murió. Está prácticamente abandonada.
Entre los discípulos de Hostos que descollaron están Emilio Prud-Homme, Félix Evaristo Mejía, Francisco J. Peynado, Arturo Grullón, Rafael Justino Castillo, Rafael M. Moscoso, Luis E. Weber, Ángel M. Soler, Jacinto Bienvenido Peynado, Osvaldo García de la Concha, Arístides García Mella, Pelegrín Castillo, Eladio Sánchez, Luisa Ozema Pellerano, Leonor Feltz, Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo, Catalina Pou, Barón y Rodolfo Coiscou, Alberto Zafra, Emilio C. Joubert, Arístides Robiou, J. Arismendy Robiou, Agustín Fernández, Pablo Pichardo.
Una buena parte continuó en la labor de formación de nuevos maestros en la Escuela Normal y en el Instituto profesional. Hubo matemáticos, científicos, editores, traductores, destacados juristas…
“Algunos estudiantes de la Normal se integraron a la política caudillista del momento, lo que también formó parte de las turbaciones que Hostos debió sufrir en los últimos meses de su vida”, manifestó Raymundo.
Dijo que con la Ocupación Norteamericana de 1916 se produjo una división entre los normalistas. “Si bien la mayoría apoyó la causa nacionalista, una minoría colaboró con el gobierno militar de ocupación de los Estados Unidos, sobre todo aquellos que servían como abogados de las corporaciones bancarias y azucareras de esa procedencia. Como ejemplo extremo, el acuerdo de desocupación llamado “Hughes Peynado”, rechazado por el nacionalismo cuya dirigencia estaba nutrida de hostosianos, llevaba calzada la firma de uno de sus discípulos”.
Hostos, quien estudio derecho en la Universidad Central de Madrid y aquí fue también catedrático de derecho constitucional e internacional, llegó al país por primera vez el 30 de mayo de 1875. Ideó el plan de Escuelas Normales y se inició en la profesión de magisterio. Salió y retornó en 1879 y en 1880 inició su labor cívica y educativa abriendo la Escuela Normal de Santo Domingo en la calle Los Mártires (Duarte) número 34.
En una graduación, Federico Henríquez y Carvajal expresó que Hostos dotó al país “de una legión de profesores instruidos, de ciencia y de conciencia, a quienes cumple divulgar el método racional de enseñanza y evangelizar con el consejo y el ejemplo, con el deber y la verdad, a la niñez del presente que es la generación del futuro”.