Vivir sin esperanza simplemente significa vivir aquí, ahora, pensando que no hay mañana… porque dejamos atrás ese estado ilusorio de los sueños, de los deseos, del pasado, del futuro, y simplemente vivimos el momento sin pensamientos, sin expectativas, “viendo” solo la realidad.
Es cuando creemos que todo está perdido, que no tenemos salida, que el dictamen médico es una enfermedad incurable, que tus finanzas están por el suelo, que tu hogar se deshizo, y te encuentras sin esperanzas. Porque ya has sido defraudado una y otra vez, y en el instante en que has pensado que por fin ya tienes una esperanza, porque finalmente podrás organizarte… pues te promovieron y aumentaron tus ingresos, resulta que también aumentan tanto así tus descuentos por impuestos, que se te quitan los deseos de haber “crecido” profesionalmente, porque para aquellos que pudieron estudiar y superarse, un día lo visualizaron como la oportunidad de obtener mayores logros a nivel laboral, familiar, logros que cada vez ven más lejos, cuando no te aumentan tu salario todos los años, pero aumentan anualmente tu pago de alquiler de tu vivienda, el colegio de tus hijos, y qué decir de la canasta familiar. Años van y años vienen, gobiernos van y gobiernos vienen y la desesperanza de esta sociedad dominicana va en aumento, y cada vez es más común escuchar los mismos comentarios entre unos y otros sectores sociales, donde la desigualdad es tan marcada y el poco interés de ganarse una “buena” vida honestamente es aún más marcado.
Sin embargo, la realidad es que ningún hombre puede vivir sin esperanza. El desánimo y la tristeza que acompañan la desesperanza se consideran comúnmente como síntomas de que «algo no anda bien». Eso es un dato existencial que resulta evidente. Y es que toda persona necesita esperar en alguien o en algo. Sin esa esperanza, la vida sería prácticamente insoportable. Cuando una persona pierde el horizonte vital de la esperanza da un giro mortal en el sentido de su existencia y se va sumergiendo en el absurdo, abandonando trágicamente el impulso íntimo hacia la felicidad. Hay un famoso pensamiento que dice: “el pecado contra la esperanza, es el más mortal de todos, ¡y es tan dulce la tristeza que lo anuncia y lo precede!”.
Creo que la manera de vivir de las personas nos dice mucho de lo que esperan de la vida. Yo espero que me devuelva lo que yo le di, ni más ni menos, pero he comprobado que para ello tengo que esperar con paciencia, pues no siempre llegan las cosas cuando una lo desea.
No olvidemos que la esperanza es la clave interpretativa de la existencia de la persona. Es una actitud fundamental en la vida del hombre. No es una actitud resignada o claudicante. ¡Todo lo contrario! Es una virtud activa, plena de energía, rica, estimulante, tensada y entretejida por el dinamismo del amor. No es solo una esperanza para luego de esta vida, sino más bien una actitud continua de esfuerzo cotidiano que tensa toda la existencia hacia su destino definitivo.
De manera que, como esta espera puede ser larga hemos de decidir cómo vamos a vivirla. Yo creo que hay dos maneras, la primera consiste en esperar con paz , sabiendo que ese día llegará, haciendo todo lo que está de nuestra mano para que sea cuanto antes, o mejor cuando Dios quiera, y la otra, esperar con amargura porque ese día no llega en el momento deseado. Yo me quedo con la primera, pues sé que Dios nunca se equivoca y que él elegirá el momento adecuado para cada uno de nuestros sueños.
“La esperanza es aquella «niñita de nada» – como la llamaría el poeta Charles Peguy- que llevada de la mano por la fe y la caridad, nos sostiene en nuestro peregrinar hacia la gloria, invitándonos a no desfallecer, sino a cooperar asiduamente con ese don”.