La esperanza de Abril

La esperanza de Abril

CÉSAR PÉREZ
Este 24 de abril se conmemora el 40 aniversario de la gloriosa gesta de iniciada ese día del 1965 y como todo hecho histórico que marca un país, su lectura puede realizarse desde diversas perspectivas: política, histórica, ética e ideológica. La coyuntura política que vivimos como sociedad hace pertinente una lectura desde las dos de últimas de estas perspectivas.

La insurrección de abril fue la más alta expresión de generosidad que ha dado el pueblo dominicano en su larga y no menos tortuosa la lucha por la libertad y la dignidad en toda su historia, no sólo lo fue por la verticalidad con sus principales exponentes, militares y civiles, sino por la diversidad de actores presentes en dicha gesta. Nunca en las calles de la ciudad capital se expresó tanta ilusión, tanta unidad y espontaneidad creadora, sostenidas por el fusil en manos.

La insurrección no obtuvo su objetivo principal: la reposición del presidente derrocado 19 meses antes y una Constitución tan progresista que 40 años después tenemos una más atrasada que aquella. Fue derrotada, como han sido derrotadas una gran cantidad de insurrecciones y revoluciones a través del curso de la historia y como ha sucedido en todas esas circunstancias, la frustración colectiva de las fuerzas sociales y políticas que han participado de esos procesos ha durado un tiempo que en términos histórico no se pude establecer si ha sido o no largo.

Sin embargo, la misma historia registra el dado de que las revoluciones abortadas por fuerzas más poderosas que la que las impulsaban, en el tiempo, rebrotan de diversas maneras, con mayor madurez y diversidad de parte de las fuerzas políticas y sociales que le dieron origen y con mayor claridad de objetivos. La matriz ideal fundamental que impulsó la revolución de abril fue una suerte de feliz confluencia circunstancial entre un radicalismo pequeño burgués de profunda influencia cristiana y un radicalismo pequeño burgués de ligera influencia marxista.

El primero, para sintetizarlo, podríamos identificarlo en las actitudes y cartas del coronel Fernández Domínguez, el más emblemático de los militares participantes en la gesta, el segundo, en la izquierda de ese momento hegemonizada por el Movimiento 14 de Junio.

En uno prevalecían los valores de la democracia (como se concebía en esa época), de la dignidad, de la legalidad. En el otro los valores de la justicia social, de la igualdad y la libertad, la trinidad esencial de la Revolución Francesa. El terror y los asesinatos selectivos de las fuerzas de ocupación norteamericana y los enclaves militares, policiales y paramilitares nacionales bajo el amparo de los tres gobiernos de Balaguer, fue más brutal y sistemático que la represión y los fusilamientos a que las fuerzas de la aristocracia francesa sometieron a las mujeres (fueron la mayoría) y hombres que encabezaron la Comuna de Paris.

Después de la Comuna iniciada el 18 de Marzo del 1871 ni Francia ni el mundo volvieron a ser como antes, a pesar de los crímenes contra las participantes y a pesar de que fueron negadas las conquistas por los derechos a la vivienda y al trabajo. Allí se expandió el más poderoso movimiento político inspirado en los valores del socialismo que haya conocido la historia. Ha sido la fuente de las conquistas ciudadanas que han jalonado la historia hasta el día de hoy, sin que se haya secado.

Después de la gesta de abril del 1965, a pesar de los crímenes selectivos contra sus participantes, se han cimentado los valores de la democracia y de la libertad, factores claves que impidieron que nuestro país viviera la larga noche de las dictaduras militares vividas en los años 70 por países de tradiciones e instituciones democráticas, como Chile, Argentina y Uruguay.

Después de esa gesta, en el país se ha desarrollado un gusto por la libertad que ha jugado un papel fundamental en el sostenido crecimiento económico que durante década hemos tenido, a pesar de que la capacidad de producir riqueza no ha sido acompañada de una sustancial mejoría de las condiciones de vida de mayoría de la población.

Tampoco debemos dejar de constatar, ni mucho menos desdeñar el hecho de que ese gusto por la libertad y esa posibilidad de vivir una democracia electoral no ha impedido la entronización de una clase política con un sistema de partidos ineficientes e incapaces de establecer un verdadero régimen de derecho el país. Sin embargo, los valores de libertad y de vivir con dignidad y con justicia, por lo se luchó en abril del 1965 constituyen una fuente de la cual beben muchas mujeres y hombres que se han mantenido alzados contra el estado de cosas actual.

El gusto por la libertad, uno de los más preciado legados de ese abril, más que esperanza constituye una inigualable oportunidad para que un día se establezca en nuestro país un régimen de justicia donde esta se conserve. Pero para que ello suceda, los sectores sociales y políticos que se reclaman de la matriz ideal que inspiró a los principales protagonistas de la insurrección del 65 tendrán que volver a la esencia que motoriza todo movimiento de cambio: generosidad, espíritu unitario y espontaneidad creadora.

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