Hacía mucho tiempo que no tomaba vacaciones junto a mi familia y este fin de semana largo, puenteando el martes 16 de agosto, al fin pude volver a disfrutar varios días alejado del tráfago diario. Y fiel a mi vocación de reportero, comparto ahora aquí algunas impresiones.
Samaná es un paraíso. Lo sabía de antes, pero ahora lo reconfirmé. Nos quedamos en un proyecto nuevo, Puerto Bahía, justo antes del cruce en la carretera hacia Santa Bárbara de Samaná para devolverse hacia El Limón y Portillo y Las Terrenas. Vi que está muy avanzado el llamado Bulevar del Atlántico, que permitirá brincar las lomas del centro de la península para caer desde el fin de la nueva carretera que termina en Rincón de Molenillo hasta la costa del Atlántico.
En una playa entre la desembocadura del río Limón y Portillo, donde hay varios pequeños proyectos de apartamentos, compré un par de enormes centollos vivos por apenas RD$750.00 y luego de sancocharlos brevemente pude recordar por qué son tan apreciados. ¡Una delicia! El día antes, en Sánchez, había comprado una buena cantidad de los perlinos camarones de esa comarca a RD$150.00 la libra y al agua hirviendo le puse laurel, ajo y sal, para terminar pocos minutos después con un auténtico bocado cardenalicio.
Sufrí una decepción en Las Terrenas, en un restaurante donde por varios años me había ido muy bien, La Yuca Caliente. Esta vez su alegado propietario, un italiano, quiso hacerse como que no entendía el castellano y en vez de la sopa requerida produjo unos platos distintos. ¡No creo que vuelva!
Pero las decepciones tienen su compensación. En Cosón descubrí a la orilla de la playa el restaurante The Beach del afamado hotel Península y allí disfruté una ensalada griega digna de premio de concurso y unas papas gratinadas excepcionales con un dorado bien hecho con salsa de pimienta verde. Una carne que pidió mi suegra salió muy cocinada pero no la cobraron. El servicio y el ambiente allí son realmente impresionantes.
Si el recuento de mis vacaciones lo hiciera mi esposa les hablaría de las playas pero un jartón habla de comida, ¡y qué bueno se puede comer en Samaná! No en balde la única novela gastrosófica dominicana, Anadel, de Julio Vega Batlle, se sitúa allá.
Desde el pan de coco de Rincón hasta lo demás, ¡viva Samaná!