La esposa mal pensada

La esposa mal pensada

Mi amigo llegó a su casa pasadas las once de la noche, con algunos tragos de ron en el buche, y se dirigió directamente hacia la cocina. Desde allí escuchó la voz estridente de su esposa, proveniente del aposento que compartían.

-¡Sinvergüenza, borracho indeseable, seguramente estabas con tus amigotes en algún cabaretucho de mala muerte, en compañía de las asquerositas que hacen sala en esos lugares, maldito chulámbrico barato!

La mujer continuó insultando a su consorte, el cual caminó hacia ella, sosteniendo en su mano derecha un largo y filoso cuchillo, y en la izquierda una manzana.

Lanzando un grito, la esposa cerró la puerta del aposento, colocando de inmediato el seguro y el pestillo.

-¡Ay, ay, este  criminal quiere matarme, auxilio, auxilio!

La hija adolescente del matrimonio, que dormía en el cuarto contiguo, despertó sobresaltada, y corrió a tocarle la puerta a su progenitora.

-Mamá, ábreme, calma tus nervios; sabes que papá es incapaz de matar a nadie, ni siquiera a un pollo. En esta casa la que le retuerce el pescuezo a esos animalitos eres tú.

– Hablas así porque no lo viste avanzando hacia mí sosteniendo el cuchillo de cortar la carne, y con la cara de loco que pone cuando está rabioso. Todavía tengo el corazón dándome brinquitos en el pecho, como si quisiera salir por la boca. Ese padre tuyo va a acabar con mi vida, rastrero, degenerado-dijo la asustada mujer al abrir la puerta. Debido quizás a la fatiga nerviosa generada por el incidente, se durmió poco después, lo que aprovechó la hija para hablar con su padre, dormido sobre un sofá en la sala.

Lo sacudió un par de veces, y el hombre despertó lanzando trompadas al aire, como un desconcertado boxeador al borde del nocaut.

-¿Qué pasó, qué fue?- preguntó, mientras se incorporaba, clavando la mirada de sus ojos adormecidos en la hija.

– Sabes muy bien que intentaste matar a mamá- dijo la muchacha, ahogando un sollozo.

– No, querida, el cuchillo era para pelar una manzana. Y a propósito, niña, que bueno que me despertaste, porque ahora volveré a la cocina para  pelarla y comérmela. El miedo hizo que los ojos de la joven se abrieran de forma desmesurada, mientras mi amigo esbozaba una sonrisa, algo común en los bromistas como él.

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