La estación del Metro

La estación del Metro

Se supo que el hombre estaba “al borde de la poesía”, cuando empezó a argumentar que los seres humanos eran “entidades de seis dimensiones”, no como los triángulos de la geometría plana, ni como los cubos y las pirámides, de dos o tres dimensiones. Los vecinos más próximos afirmaban que estaba “al borde de la locura”. Por aquellos días le dio con ir a una estación del Metro, no muy lejos de su casa. Decía estar estudiando las personas de nuestra época, “que habían perdido el pudor y abrazado el desparpajo”. Declaró tajantemente: no es cierto que el pudor no sea más que “máscara del orgullo”, como creía William Blake.
Obviamente, los escritores profesionales son “de profesión”, esto es, viven de que sus escritos sean aceptados por los editores, las universidades y los gobiernos. Los “de profesión” desconfían de otros escritores, atrevidos, que no se conforman con ser parásitos de las costumbres académicas, de los pliegues burocráticos de las instituciones. Les llaman “comeletras” por cuestionar “el estado de cosas vigente”. La literatura vulgar y desvaída, que está en boga actualmente, produce repulsión a esos “comeletras” marginados por el mal gusto. ¿Puede considerarse literatura un libro como “Cincuenta sombras de Grey? El erotismo siempre ha tenido un puesto en la buena literatura, desde la antigüedad hasta hoy.
H. D. Lawrence, Anaïs Nin o Henry Miller, pueden ser “emparentados” con Ovidio o con Safo. Pero ninguna de las “sombras”, sugerencias, formas expresivas, de ese libro tan vendido, permitiría conectarlo con los poemas y novelas eróticas que han resistido el paso del tiempo y la corrosión de la crítica. El marqués de Sade, cuyo nombre ha pasado de la literatura a la psiquiatría, hizo observaciones terribles sobre la sociedad, las costumbres, la sexualidad.
Tan pronto bajas las escaleras del Metro, comienzas a ver un desfile de modas y modelos, que sobrepasa los mayores desbordamientos de la imaginación. Las ropas y la gente, los vestidos y los cuerpos, entran y salen en una continua exhibición: el “fashion show” y la tipología humana, en pasarela gratuita. El mundo caribeño, su mezcla de razas y estilos de vida, reclama fotógrafos, dramaturgos, pintores, poetas; pero sobre todo, atrevidos narradores y pensadores “comeletras”.

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