La ética y el origen del valor del medio ambiente

La ética y el origen del valor del medio ambiente

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Lo que sigue a continuación ha sido extraído del libro «Introducción a la Economía Ambiental», de la autoría de Diego Azqueta. Lo reproducimos porque es un tema de suma importancia para poder establecer el valor de los recursos naturales en relación con los seres humanos, tomando en cuenta que los seres humanos se consideran a sí mismos como lo más importante sobre el planeta y ante quienes se arrodilla la naturaleza y todos sus componentes.

«Preguntarse por el valor de algo es más complejo de lo que parece, aunque sea una operación que las personas hacen casi todos los días. No es lo mismo discutir sobre el valor de una vivienda que sobre el de un libro, el de un perro, el de su perro, o sobre el valor de una persona.

«Valorar supone una operación de la razón que, hoy por hoy, parece que sólo efectúan los seres humanos: ellos son los únicos que analizan las implicaciones que su comportamiento tiene sobre los demás, y a veces se refrenan en consecuencia. Ahora bien, el hecho de que únicamente el ser humano esté en condiciones de valorar, no quiere decir necesariamente que todo valor tenga su origen en él. Podría darse el caso de que otros seres vivos o inanimados también tuvieran un valor en sí mismos, con independencia de que los humanos tengan a bien reconocérselo. En este sentido es conveniente distinguir entre tres tipos de valor:

Valor inmanente, que pertenece a la esencia misma del ser de modo inseparable, y tienen los seres u objetos por sí mismos, con independencia de su reconocimiento por parte de quien puede hacerlo.

Valor intrínseco, que siendo esencial e íntimo al sujeto que lo posee, es otorgado por un ente ajeno al mismo, y es, pues, un valor derivado.

Valor extrínseco, que es el que poseen determinados seres u objetos inanimados, sin ser característica esencial de los mismos, porque así tiene a bien otorgárselo quien puede hacerlo.

«Esta propiedad de poder valorar que, sin duda, tienen los humanos, viene acompañada, además, del reconocimiento de un derecho fundamental: el que poseen como tales un valor inmanente, independientemente de la opinión de los demás al respecto.

«Ello hace a los seres humanos acreedores a una cierta consideración moral que, entre otras cosas, les lleva a reconocerse como iguales.

«Aceptando, pues, este punto de partida básico, ¿cuál es el estatus moral de los demás miembros de la biosfera en este sentido? En el contexto de derechos y obligaciones, de consideración moral, en que se presenta el problema de la valoración, la primera interrogante que se plantea es obvia: con independencia de que la especie humana, la sociedad, es quien valora, y decide en consecuencia, ¿en nombre de quién lo hace?, ¿qué derechos reconoce con respecto al medio, y a qué o quién?, ¿qué tipo de relaciones desea establecer con el resto de los componentes de la biosfera?, ¿goza el resto de los componentes de la biosfera los mismos derechos que los seres humanos?, ¿son igualmente merecedores de consideración moral? La respuesta, como resulta obvio, no es sencilla, y el abanico de posibilidades existente lo demuestra claramente».

LA ÉTICA ANTROPOCÉNTRICA

La que podría considerarse postura convencional, acorde con una tradición cultural que ha colocado a la persona en el centro del cosmos, afirma que es precisamente la especie humana quien da valor al resto de sus componentes, y en función de quien éstos lo adquieren. El ser humano es, por tanto, el único sujeto del derecho fundamental arriba mencionado: no sólo tiene un valor inmanente, sino que está revestido asimismo del derecho a decidir qué otros seres o cosas tienen valor, y qué tipo de valor. El ser humano reconoce sus obligaciones, en pie de igualdad, para con el resto de los miembros de su especie, pero no con respecto al resto de las especies. De acuerdo con esta postura, si la biosfera tiene valor es, exclusivamente, porque el ser humano ha decidido otorgárselo, bien porque satisface sus necesidades, bien por cualquier otro motivo. El resto de los seres vivos e inanimados tendrían, pues, un valor intrínseco o extrínseco, pero en cualquier caso derivado, y a menudo instrumental: en tanto y cuanto y en la medida en que se lo dan las personas. La naturaleza, en consecuencia, se vería carente de derechos e incompetente para generar deberes: no podría ser soporte de valores. El mundo de la naturaleza pertenecería al universo de lo éticamente neutral, caracterizado no por lo que se debe hacer (campo de la ética), sino por lo que se puede hacer) campo de la ciencia)».

LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES

«Con base en las razones apuntadas, algunos autores consideran que los postulados defendidos en el apartado anterior no son sino una muestra más de discriminación injustificada, con respecto a colectivos semejantes al nuestro en el ámbito del derecho: la pertenencia a una determinada especie sería una diferencia moralmente irrelevante entre los seres vivos. Y así como el progreso social ha traído el desmoronamiento de muchas de estas barreras de discriminación en función del sexo, la raza o la condición social, el siguiente paso en este camino hacia una sociedad más justa será el de derribar la barrera que separa a la especie humana del resto de las especies de la biosfera. El igual que el racismo o el sexismo, el especismo o racismo antropológico (la discriminación en función de la especie a la que se pertenece) no sería sino un mecanismo injustificado de dominación y discriminación. Esta postura, defendida tanto desde perspectivas consecuencialistas como deontológicas, reivindica por tanto el hecho de que muchos seres vivos, y no sólo el ser humano, son portadores de un valor intrínseco, y titulares de derechos inmanentes, no derivados. No obstante, y al igual que en el caso anterior, esta postura también encuentra algunas dificultades.

«El primer problema que se plantea en este caso también es evidente: ¿dónde se traza la nueva frontera? ¿Todos los seres vivos tienen un valor intrínseco y, por lo tanto, el mismo derecho a ser sujetos de consideración moral?.

ANA Y LA ECONOMÍA AMBIENTAL

Uno de los primeros problemas con los que trabajará la Asamblea Nacional Ambiental -ANA- será el de la economía ambiental. Es decir, se realizarán actividades hacia la búsqueda de información sobre el valor de los recursos naturales, su valor inmanente, su valor, independientemente del valor que los seres humanos les asignamos.

Teniendo esa información, podremos entonces hablar acerca del valor de las áreas protegidas. No del valor intrínseco o derivado, no del valor extrínseco, endilgado por quienes lo juzgan sujeto al beneficio que se puede tener de ellas.

Creemos que solo de esa manera podremos entender las verdaderas funciones de todos los componentes de cada una de nuestras áreas protegidas, e incluso, entenderemos los valores perdidos con la desaparición de aquellos ecosistemas con los que ya no contamos. Podremos entender el valor de las funciones de los suelos, de las raíces de los árboles, de las plantas epífitas, de los escarabajos, del alargamiento de vida que unas buenas pezuñas le permiten a un caballo, del valor del agua en verano y de su valor en invierno; del valor de las nubes bajas, aquellas que se estrellan con las montañas, y del valor de las aguas que afloran en los manantiales del bosque seco.

La idea, en ese sentido, es lograr separar nuestro interés, el interés de los seres humanos, del valor esencial de cada uno de los componentes de cada uno de nuestros ecosistemas en cada una de nuestras provincias, las provincias políticas y las provincias ecológicas.

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