En el mundo de la ciencia y las profesiones, como decía Blasco Ibáñez, no están todos los que son, ni son todos los que están. Con especial referencia a profesionistas y tecnólogos que en determinadas ocupaciones llegan a creer que debido a su trato frecuente con materiales y literatura de origen científico, y más aún, por estar formados en universidades y centros académicos de prestigio, llegan a auto concebirse como verdaderos cientistas o científicos. Un profesional o practicante (“practitioner”) de la medicina, por ejemplo, es una persona con conocimiento fundamental o avanzado acerca de lo que biólogos, neurólogos y otros científicos han estado investigando. Pero el profesional médico no es un científico, sino un profesionista que corrientemente combina o mezcla conocimientos teóricos con capacidades prácticas, arte y artesanía; y con las disponibilidades tecnológicas y logísticas de los establecimientos y el personal que lo asisten. Igualmente pasa con cientistas sociales que se centran en áreas de “especialismos” que los llevan a saber cada vez más de cada vez menos cosas (W. Mills). Convirtiéndose a menudo en jurados y conjurados detractores de todo lo que no cabe en sus esquemas conceptuales.
Incurriendo en simplismos y tremendismos, una joven socióloga se despacha con que “Dios es una invención del hombre”; o un cirujano escritor, (ambos en este mismo diario), empacando a San Pablo, Dostowievski, profetas y alucinados, enviándolos juntos al zafacón de la ignorancia; diciendo, con desplante e irrespeto, que todos estos personajes padecían de epilepsia, que su misticismo y sus visiones se reducían “a la simple expresión clínica de un área cerebral que padece una alteración en su conducción eléctrica.” Pero nuestro cientista no cae en la cuenta de que no solamente el misticismo, sino que todo lo que el cerebro y el organismo de todo ser vivo hacen, cuando descansan o se activan es un fenómeno físico-químico-electromagnético. Estos fenómenos constatados se correlacionan con la genética, la cultura, traumas, enfermedades y accidentes personales, pero estos factores no los explican completamente. Constatación y correlación no equivalen a causación y explicación.
Quienes han estudiado la psico-dinámica del ateísmo, entienden que la actitud incrédula tiene gran parte de su origen en conflictos, frecuentemente heredados, con la autoridad paterna y el Estado. Dos ejemplos: a) Los criollos desclasados y marginados desde la sociedad colonizadora europea, sin apellidos ni paternidad identificable devinieron en un criollaje realengo que produjo conflictos e inadecuaciones permanentes con las culturas dominantes y los poderes establecidos, (religiosos incluidos: la santería), locales y metropolitanos, pretéritos y presentes, raíz de nuestra delincuencia y corrupción contra el estado-sociedad. b) Los hebreos tuvieron conflictos, individuales y colectivos, con las sociedades receptoras, que no aceptaban el proyecto sionista de penetración-dominación. Muchos intelectuales y cientistas judíos renegaron de toda forma de religiosidad, especialmente de las que los adversaban, como patrón de adaptación y auto liberación.
También deben estar en el zafacón de la historia los fanáticos cientificistas. El elíxir de “la sensación de entender”, “la euforia de Arquímedes”, suelen ser peligrosos en mentes fundamentalistas; sean religiosas, políticas o científicas.