La extensión sabática

La extensión sabática

Muchos de los grandes escritores se vieron forzados a escribir en condiciones penosas. A pesar de ello, produjeron obras maravillosas que resisten el paso de los años, cambios en las modas literarias, en los focos de atención del público. Los críticos pretenden influir sobre los lectores; pero en realidad, son los críticos quienes trabajan adoctrinados por académicos y profesores universitarios. Entre todos, forman una pequeña “feligresía discursiva”. La literatura es una excrecencia cultural que no debe ser consumida únicamente por críticos y profesores. Poemas, novelas, ensayos, son creados por los escritores para que los lea todo el mundo, no para expertos, eruditos o “entendidos en la materia”.
Ciertamente, hay personas más inteligentes y sensibles que otras; esas personas los leerán con más provecho y placer que los distraídos y torpes. El mundo está poblado por los dos grupos de individuos; y su existencia no depende de críticos, profesores, lingüistas, que son más bien parásitos de la literatura. Las personas que aprecian la literatura la disfrutan antes de saber si es barroca o surrealista. La vida humana es mostrada por el escritor, de tal manera, que el lector percibe “el meollo del asunto” sin tomar en cuenta el estilo, las formas literarias que emplea el escritor.
A veces un escritor sueña con tener “la oportunidad” de escribir un libro, cuyos temas ha acariciado durante años, sin poder convertirlos en escritura terminada, congruente y articulada. Esa cuasi frustración le lleva a desear un “periodo sabático”, durante el cual, quizás, consiga escribirlo. Algunos profesores, con muchos años de docencia y con abultado currículo, son “premiados” con la concesión de un año sabático. Muchos logran escribir una obra y así cumplir con los requisitos de su institución universitaria.
Buena parte de estas obras son libros de texto que dichos profesores dedican, generalmente, a sus maestros y colegas. Ni Cervantes, ni Shakespeare, tuvieron tanta suerte y comodidades.
Unos pocos privilegiados -por sus condiciones sociales o por su riqueza económica- han podido escribir a sus anchas y componer libros de valor infrecuente. Los escritores escriben en buhardillas, en tabernas, cárceles, escondidos o perseguidos. Los empecinados escritores escriben de pie, acostados o sentados; también con hambre, borrachos, enfermos, con estímulos y sin ellos.

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