Mientras en las afueras de los laboratorios cientos de personas hacen largas filas para realizarse pruebas del covid-19, dentro, los bioanalistas se preparan para procesar muestras en busca de coronavirus, realizando el protocolo anticovid como si se tratase de un ritual.
La bioanalista Irene Acevedo Díaz primero se pone sus zapatos de algodón, la pijama, un kimono, luego el gorro que le protege el pelo y por último, se coloca en el rostro una extravagante careta que será determinante en la protección contra un virus que ha matado millones de personas en el mundo.
A la bioanalista, que labora en el Laboratorio Amadita, esta careta le ha dejado marcas en varias ocasiones, pues durante su jornada solo se la quita para un descanso de 15 minutos cada dos horas. Al principio el aparato le resultaba muy incómodo.
Sin embargo, el uso de la careta la hace sentir segura, porque mientras realiza pruebas de covid-19 muchos pacientes suelen estornudar o toser, y podría contagiarse del virus, pues se transmite a través de gotas respiratorias.
Hace año y medio que la bioanalista de 30 años de edad empezó a ejercer su carrera. Trabaja en la línea de fuego del covid-19. Realiza pruebas rápidas y PCR para determinar contagios, y asegura que aunque la experiencia de trabajar en medio de una pandemia es única, también resulta muy tediosa.
“Trabajo detectando positivos o negativos de coronavirus ha sido una experiencia tediosa por la gran cantidad avasallante de pacientes”, dijo Acevedo.
Desde que empezó la pandemia la bioanalista ha tenido que atender más de 100 pacientes durante su jornada laboral, lo que resulta agotador para su cuerpo y su mente.
“Hay días que atiendo 125 personas, y hay meses de mayor movimiento, como el período de octubre a diciembre, cuando la gente buscó más pruebas por motivo de viajes”, precisó.
De alguna manera ese profundo cansancio modificó la rutina del hogar de Acevedo, pues cuando llega a su casa ya no entra de una vez, sino que espera un tiempo prudente sentada en el patio, luego se higieniza y después comparte con su familia.
En su hogar la esperan su niña de 9 años, su hermano y su madre de 63 años, que está afectada de osteoporosis y aunque la bioanalista sabe que su progenitora sería presa fácil para el coronavirus, no tiene temor de contaminarle porque siempre aplica los protocolo de manera estricta.
Acevedo manifestó que para realizar su trabajo en tiempos de pandemia, se debe tener un amor profundo por su profesión, para poder combatir el miedo y los nervios que podrían provocar el peligro de contagio.
Explicó que siempre suele trabajar con empatía, sobre todo cuando se trata de embarazadas o ancianos, por entender que a estos pacientes el virus les ataca sin piedad. Irene no recibe ningún tipo de ayuda psicológica para hacer frente al estrés y al peligro que, por pasión y necesidad, es sometida cada día.