La extraña paradoja del nacionalismo económico

La extraña paradoja del nacionalismo económico

POR GUY DE JONQUIERES
En su libro de humor ligeramente negro, MraChina, Tim Clissold relata como él y un socio de negocios norteamericano perdieron US$400.0 millones en los años de 1990, con la compra de compañías en China continental que resultaron ser balas de salva. La pareja hubiera tenido problemas muy diferentes hoy en día. Las compañías chinas, por lo general, están mejor administradas hoy que hace una década. Pero se les está haciendo más difícil adquirirlas a los extranjeros.

Agobiantes demoras oficiales para aprobar los acuerdos, combinados con una reacción política contra el papel creciente de las compañías extranjeras en la economía, han puesto en guardia a los inversionistas foráneos. La puerta de China puede que siga abierta, pero los que están afuera esperando están menos seguros de una buena acogida ahora que hace seis meses.

Las señales de “No entre” también están siendo colocadas en otros lugares de Asia. En Japón, la defensa de “pastillas de veneno” se están multiplicando, mientras que las reglas para las adquisiciones se han empleado contra oferentes extranjeros.

En Corea del Sur, donde el nacionalismo económico tiene un viejo linaje, su último descendiente es la idea de utilizar “acciones doradas” para bloquear intentos de oferta no deseados.

Esas reacciones quizás sean comprensibles en economías cerradas por mucho tiempo, que se han abierto al capital extranjero como nunca antes: de manera más sensacional en China, cuya reserva de inversión extranjera directa ahora es igual al 28% del producto interno bruto. Mientras que los niveles de IED son mucho más bajos en Japón y Corea, una cuarta parte de la bolsa de valores de Tokio y casi la mitad de Seúl son de propiedad extranjera.

Las ofertas hostiles del exterior siguen siendo desconocidas para ambos países. pero muchos coreanos se retuercen ante las ganancias que cosechan los inversionistas extranjeros que entraron al país después de la crisis económica de 1998. En Japón, las tácticas de bucanero de los asaltantes corporativos, como el infausto Takafumi Horie o el desmembramiento de la posesión de acciones cruzadas que protegieron por largo tiempo a grupos locales de las apropiaciones, han dejado a las juntas directivas temiendo que la próxima ola de capitalismo “anglosajón” pudiera ser la de verdad.

Tampoco debería ser una gran sorpresa que el nacionalismo económico esté en boga en Asia, cuando ya está resurgiendo en Occidente, con los inversionistas asiáticos entre sus primeros blancos. El veto del Congreso de EEUU en 2005 a la oferta de CNOOC, el grupo petrolero chino, por UNOCAL y los fracasados esfuerzos de los gobiernos europeos por impedir que Mittal Steel comprara Arcelor, indican que las carretas se están poniendo en círculo en todo el mundo.

Esta epidemia defensiva encarna una paradoja y varios mitos. La paradoja es que los inversionistas extranjeros que ofrecen construir nuevas instalaciones se cortejan y alientan en casi todas partes. Sin embargo, en muchos países que intentan comprar negocios locales, hasta con el asentimiento de sus administradores, pudiera llevar a un campo minado de nacionalismo.

Esta ambivalencia refleja una creencia extendida de que las inversiones en campos verdes, sin desarrollar, son de alguna manera “mejores”, porque de manera visible elevan la producción nacional, el empleo y las exportaciones, mientras que las adquisiciones disminuyen la propiedad local y parecen añadir poco de valor a la economía. La distinción, sin embargo, carece de sentido en gran medida. El mayor valor de IED es que constituye un mecanismo para transferir capacidades, ideas y tecnología de un país a otro. Se pueden transmitir de forma igualmente eficaz – a veces más- tanto mediante adquisiciones como a través de nuevos proyectos de desarrollo. La reanimación de Nissan por Renault y la recuperación bajo un sistema de propiedad extranjera de bancos japoneses y coreanos, constituyen ejemplos a favor de esta tésis.

Otro mito es que la propiedad extranjera convierte a las compañías locales en sucursales de remotas oficinas centrales. No solo es discutible la prueba que apoya esta afirmación, sino que choca con la tendencia creciente de las compañías multinacionales de tomar localmente sus decisiones y con las quejas de los trabajadores occidentales de que el “outsourcing”, o sub-contratación en terceros países, está desplazando cada vez más trabajadores calificados en su tierra. Ni contrario a la percepción popularizada, las compañías de propiedad extranjera, en general, parecen ser más implacables que las locales a la hora transferir el trabajo al exterior.

Igualmente mal ubicados son los temores de que las adquisiciones por extranjeros amenazan la soberanía económica nacional. Es interesante que a menudo sean más grandes en países como Corea del Sur, donde los productores locales ejercen un poder excesivo. El problema crítico no es nacionalidad del propietario, sino lo adecuado de la regulación del mercado y cómo se hace cumplir con las reglas de competencia.

Por supuesto, no todas las apropiaciones por entidades extranjeras generan beneficios locales. Pero tampoco ocurre así con los proyectos totalmente nuevos. El detalle está en que un método de la inversión no es inherentemente más beneficioso que el otro, sino que el resultado depende de los puntos específicos de cada caso.

El mito más peligroso de todos es que algunos sectores tienen que mantener su propiedad local por su importancia “estratégica”. Muy pocos, como los contratos de defensa, pudieran calificar auténticamente. Pero la idea ha servido con más frecuencia para proteger empresas débiles o fallidas: las líneas aéreas en EEUU, fabricantes de automóviles y computadoras en Europa, y productores de acero y constructores de barcos, globalmente.

La definición intrínsecamente elástica de “industria estratégica” invita a emplearla mal. En Francia, ha sido invocada para defender Danone, un procesador de alimentos, frente a la amenaza de una apropiación. En China, donde el sello se le aplica a miles de compañías de propiedad estatal -mucho menos rentables que sus contrapartidas privadas-, parece que recientemente se ha extendido a un productor de equipos para mover tierra casi en quiebra.

Lo mas generalizado es que los principales beneficiarios de esas políticas no han sido las economías nacionales, sino los administradores de esas compañías “estratégicas”, sus grandes señores burocráticos. Su estatus les confiere un patronazgo estatal, acceso privilegiado al poder y sobre todo, la carta ganadora de los que piden el proteccionismo en todas las eras: una licencia para presentarse, por muy confuso que resulte, como los representantes verdaderos y los custodios de los intereses nacionales.

VERSION: IVAN PEREZ CARRION

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