La extrema arrogancia de los plutócratas financistas norteamericanos

La extrema arrogancia de los plutócratas financistas norteamericanos

Desde el 1958, cuando inicié mis estudios universitarios en Estados Unidos, siempre me asombré cómo el norteamericano promedio aceptaba ciertas desigualdades económicas. Con el tiempo entendí que esto se debía a que había una gran movilidad social y a que las reglas económicas eran bastantes transparentes. Esta actitud se fortaleció aún más en las décadas del 60 y del 70 debido a razones evidentes, como éstas:

1. Un aumento notable en programas de bienestar social que contribuían a crear un ambiente de solidaridad y compromiso social.

2. El mantenimiento de las regulaciones financieras estrictas, convertidas en leyes en la Gran Depresión, que contribuyeron a moderar la especulación y a mantener la transparencia en el manejo financiero público.   

Desde el gobierno de Reagan hasta el 2007, empezó a imperar el modelo del mercado eficiente que se sustentaba en la idea de que la economía trabaja mejor con el mínimo de regulaciones y que los ingresos deberían ser dependientes del mérito conforme a la creación de riquezas aunque éstas fueran parcialmente ilusorias y, al mismo tiempo, en ese período se redujo a un mínimo el creciente programa de protección del ciudadano promedio. Se pasó de un sistema de creciente solidaridad, que se había profundizado desde 1932, a uno de involución social.  

Hubo una rápida metamorfosis de un capitalismo moderado a un capitalismo fundamentalista.

Eso abrió las compuertas para crear una desbordada ingeniería financiera sustentada en modelos e instrumentos matemáticos que no guardaban relación con los principios racionales de la economía.

Este proceso produjo una nueva clase financiera con egos sobredimensionados y sin ningún límite ético para el tamaño de sus ingresos. Sus ingresos estaban ligados a las ganancias transitorias (una gran parte de ellas ilusorias) y esto causó que la necesaria estructura de control de riesgo se tirara al zafacón, mientras los ingresos del norteamericano promedio se estancaban en la década del 1997 al 2007.

Estas personas, junto a las acciones gubernamentales de las últimas tres décadas, fueron los causantes de la crisis financiera que ha sacudido los cimientos de la economía mundial, dejando grandes daños que todavía no han sido reparados.

Paradójico, y casi bizarro, es que estos financistas- que de forma sistemática y arrogante expresaban su desdén hacia un gobierno económicamente pro-activo- acudieran a éste, hace apenas 15 meses, para que los salvaran.

El gobierno norteamericano, a través de la Reserva Federal (Banco Central), puso en ejecución dos medidas extraordinarias, nunca antes tomadas, que fueron directamente a beneficiar a estos jefes de instituciones financieras. Estas son:

a) Emitió trillones de dólares en inorgánicos para prestárselos y garantizar deudas de estas instituciones financieras a su valor nominal a pesar que la misma valían apenas una fracción de este precio.

b) Ha mantenido la tasa de interés a 0% lo que les permiten lograr ganancias fabulosas.

Estamos convencidos que las acciones drásticas del gobierno probablemente salvaron del colapso al sistema financiero mundial.

Sin embargo, lo que parece increíble es que el gobierno no aprovechó las debilidades, en ese momento, de los banqueros para restaurar las estrictas regulaciones que habían evitado en Estados Unidos una crisis financiera durante los precedentes 75 años.

En otras palabras, los banqueros se distribuyeron, en bonos y salarios, sumas extravagantes en la ola especulativa, mientras que los norteamericanos promedios, que han tenido pérdidas extraordinarias (decenas de miles millones de dólares) que han perdido sus empleos y sus activos y que han visto desplomarse el precio de sus viviendas a tal punto que, de su población, actualmente, el 23% tiene una hipoteca mayor que el valor de sus casas. Además, han cargado con las pérdidas generadas por la especulación rampante. Y algo más, después, al año de haber recibido el apoyo económico del gobierno, estos banqueros, sin ningún sonrojo, declararon ganancias extraordinarias; y se han distribuido bonos fabulosos. Sus activos y sus acciones han inferido un serio daño al cuerpo político de la gran nación norteamericana. 

La situación descrita, en parte, ha contribuído a crear el nacimiento de un populismo extremo a un nivel con pocos precedentes históricos – a nuestro juicio no lo hubo, a ese grado, ni siquiera  se encuentran ni siquiera en la lucha contra la guerra de Vietnam, ni tampoco durante la lucha por los derechos civiles de las gentes de color-. 

No obstante, una gran mayoría demócrata en el Congreso no ha logrado, hasta ahora lo que es muy grave: fijar las regulaciones para evitar que ocurra una nueva crisis financiera mundial.

En adición, ha dificultado el logro del consenso necesario para tomar, posiblemente a finales del 2010 y a principios del 2011, las drásticas medidas que requiere la coyuntura económica y financiera actual. ¿Cuáles serían estas medidas? Recoger los trillones de dólares inorgánicos emitidos para enfrentar la crisis financiera, reducir los enormes déficits fiscales que han incrementado explosivamente la deuda pública norteamericana.

Ahora, tratar de lograr estos objetivos, sin crear una nueva recesión, prácticamente es un acto de alto malabarismo económico.

Este panorama, dado el gran peso que ejerce la economía norteamericana sobre la mundial, podría trastornar el modesto crecimiento económico mundial actual; demorando o quizás evitando el crecimiento vigoroso que se necesita para reparar los grandes daños que todavía persisten como consecuencia de la peor crisis económica y financiera desde la Gran Depresión, hace 77 años.  

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