La falacia de no gravar los ahorros

La falacia de no gravar los ahorros

No creo en lo absoluto que este sea el momento para establecer nuevos impuestos, con el pretexto ahora  de aumentarles  su salario a  los trabajadores de la salud, que bien merecen los que laboran con horarios verificables.

El gobierno sabe de dónde puede sacar ese dinero: eliminando parte de los miles de empleos creados dentro y fuera del país con fines meramente clientelistas que nada hacen por el bien de la nación.  La magnitud de la crisis económica que enfrentamos, y lo que falta todavía, desaconsejan completamente medidas de ese género.

Pero cuando este gobierno quiera más dinero, no puede  buscarlo imponiendo nuevos tributos al consumidor común o al pequeño empresario, sólo porque no tienen fuerzas fácticas que los amparen.

Tales son los cobros de impuestos ilegales a los combustibles y los cheques emitidos en los bancos; en lugar por ejemplo de imponer tributos a muchos tipos de seguros  y a los intereses sobre certificados y otros documentos financieros que maneja la oligarquía patrimonialista, casi sin tributar.

Uno se pregunta: ¿en cabeza  no interesada cabe que se grave nuevamente, esta vez con  el 0.25% más, el uso de cheques y retiros de cuentas corrientes que requieren todos, incluso el fisco, para facilitar y transparentar los intercambios comerciales; y en cambio se mantiene exento de todo pago el cobro de beneficios por intereses recibidos de inversiones pasivas y conservadoras a través  de bancos y compañías de inversiones, muchas de dudosa legitimidad y confiabilidad?

El argumento que esgrime en cada oportunidad la todopoderosa Asociación de Bancos Comerciales, de que “no deben gravarse los ahorros” no puede ser más infantil, ya que bastaría con fijar un mínimo de intereses exento, además de que lo que se gravarían no son los ahorros, sino los intereses que éstos devengan.

Cierto es que la gran parte de los recursos  invertidos en  depósitos y otros instrumentos financieros son de grandes empresarios que, por comodidad o a la espera de nuevas oportunidades o aventuras financieras, se refugian en nuestras entidades de crédito, el Banco Central o donde más le paguen, sin tributar, pero esperan que el Estado los respalde cuando esos bancos  quiebran, como  en el año 2003, lo que empobreció drásticamente al estado y a todos los dominicanos. En Estados Unidos, Europa, y Asia los depósitos de inversiones pagan sus impuestos.

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