La falsa disyuntiva de un TLC

La falsa disyuntiva de un TLC

FERNANDO I. FERRÁN
Se me ocurre que el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, conocido como DR-CAFTA, se ha convertido en la manzana de la discordia. Tiene defensores, detractores y por supuesto, muchos dolientes.

Entre los defensores actuales sobresale el sector de las zonas francas, que asumo que es la columna vertebral de la recién constituida Coalición de Apoyo al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Su legítimo interés es conservador y prudente.

Conservador, pues aboga por dar un carácter permanente a todos los beneficios que el país goza actualmente en el mercado del norte a través del Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) y la Iniciativa para la Cuenca del Caribe. De hecho, la política comercial dominicana ha consistido en el pasado, casi con carácter de exclusividad, en buscar acceso a mercados extranjeros por medio de la reducción de aranceles para productos dominicanos. Y tan «efectivos» hemos sido que, incluso sin el discutido DR-CAFTA, más del 97% de las exportaciones dominicanas ya entran libres de gravámenes al mercado estadounidense.

Además de conservador, decía que prevalece una dosis de prudencia. En el pasado reciente hubo declaraciones provenientes de Washington y de la embajada estadounidense en el país advirtiendo que no debía modificarse una tilde, y mucho menos poner un impuesto al sirope de maíz, si se quería contar con tan importante tratado internacional. Por eso hablo de prudencia pues, ¿quién en su sano juicio quería el aislamiento comercial del país?

Si no estoy mal informado, ningún sector dominicano procura ni quiere explícita o implícitamente la exclusión de República Dominicana del Acuerdo de Libre Comercio de Estados Unidos y Centroamérica (CAFTA). Pero entonces, ¿cuál es la reserva frente al TLC en cuestión? Una sola; después de la eventual entrada en vigencia del DR-CAFTA, ningún sector sabe a ciencia cierta cómo efectuará ese acuerdo la política de desarrollo nacional.

Como se sabe o como debiera decirse y saberse, las «negociaciones» para adherir el país al CAFTA se centraron en garantizar el referido carácter permanente a los beneficios que el país goza en el presente y no, esto es importante, (1º) en negociar disciplinas comerciales, (2º) evitar normas disciplinarias más restrictivas incluso que las vigentes hoy día en la Organización Mundial del Comercio o bien, (3º) llevar al arbitro de esta instancia internacional el controversial tema del azúcar, tal y como solicitaron por aparte Hipólito Mejía y  Leonel Fernández, en sendas cartas presidenciales, al mandatario norteamericano, George W. Bush, luego de concluidas las negociaciones.

Con tal de preservar el acceso privilegiado al mercado estadounidense, abrimos el mercado local sin nada nuevo a cambio pues, ni guarecimos al sector agrícola nacional de los US$18 billones que recibe su contraparte estadounidense ni mejoramos las capacidades productiva y competitiva del país.

De ahí la aprehensión al matadero. Sobre todo, cuando se sabe que los augurios de mayor nivel de inversión con la entrada en vigencia del DR-CAFTA no están y no pueden estar garantizados a priori ni siquiera en el sector textil, en el que la llegada del año 2005 significa la terminación del acuerdo multifibra en Estados Unidos.

En ese contexto, por consiguiente, la falsa disyuntiva es aprobar o no aprobar. Y digo falsa, pues es previsible que todos los países concernidos por aquel tratado internacional, Estados Unidos a la cabeza, renegocien uno u otro aspecto previo sometimiento y aprobación de su respectivo Congreso.

Si eso es así, como en efecto lo es, el sentido común y el interés nacional avalan que no nos precipitemos en aprobar lo que otros no han aprobado ni aprobarán sin más. Antes de adherirnos, debemos contar con la debida evaluación sobre el impacto del actual DR-CAFTA en términos de política de desarrollo nacional y tenemos que, cuando menos, superar el impasse del impuesto al sirope de maíz con una más alta cuota de exportación al mercado azucarero norteamericano y con ciertas ventajas que mejoren la competitividad sistémica de nuestros productos y exportaciones en los mercados nacional e internacional. De lo contrario, si por cuestiones del destino manifiesto erramos por precipitación, se corre el riesgo de llegar a mordisquear la manzana de la discordia como en el paraíso pero, al mismo tiempo, de ser todos igualmente expulsados de esos mercados por falta de productos competitivos y de maña negociadora.

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