El poeta Juan José Ayuso solía repetir, refiriéndose a sí mismo, que carecía en absoluto de importancia. Nosotros, entonces, no alcanzábamos a entenderlo. Especialmente porque, por décadas, él ha sido un notable de las letras. Con los años, sin embargo, hemos aprendido a separar los roles sociales de “el ser individual”, privado e íntimo; a diferenciar entre las relaciones utilitarias, formales y las relaciones directas, particulares y afectivas. Presentarnos ante extraños siempre implica tensión, cuidado y esfuerzo, como en el teatro, “el yo” trata de representar su mejor papel, mientras el inconsciente y el superego pugnan entre sí por salirse con la suya. Lo importante es no perder de vista quién en realidad uno es, no confundir la importancia que se pueda tener socialmente, según los roles que usted desempeñe, con la poca importancia que usted tiene como individuo, excepto para sus familiares y amigos. Cuando usted está claro de lo que usted es, en su esencia misma, dentro del plan de Dios, la supuesta importancia social no le preocupa. Usted puede ir y venir de las cumbres de la popularidad, como el poeta, y regresar humilde y tranquilo a la sencillez de su hogar.
Hay gentes que prácticamente no se percatan de la existencia de esas dos dimensiones vivenciales, que no disfrutan la intimidad y soledad del sí mismas y, por tanto, saben muy poco sobre su propio ser, y viven llenas de ruido social, de fanfarria consumista y contaminación mundanal.
El poeta Ayuso repetía aquella frase que no entendíamos. Algunos miraban con cierto desdén su vestimenta intencionalmente poco suntuosa. No le importaba el estatus que le correspondía. Contrariamente, muchos temen dejar el cargo, abandonar el juego de poder, no importa cuanto hayan acumulado (acaso por temor a que le demanden por sus prevaricaciones). Cuando usted sabe hacia dónde quiere llegar con su “yo íntimo”, el escenario social pierde relevancia.
Carecer de importancia hace más fácil asumir compromisos con nuestros congéneres. Cuando su ego está inactivo usted puede entenderlos mejor y ser más eficaz en ayudarlos; puede darles más de lo que siempre le sobra: amor, consejo, entusiasmo, optimismo, coraje. Hasta el poco dinero rinde más. Pero, poeta, cualquier tarde “diluviosa” uno se lamenta de algunas cosas, por ejemplo, de que unos tipos reciban $3,000 millones cada año por una carretera a Samaná, estrecha, mal construida, que luce una estafa desde todo punto de vista, sin que nadie pida cuenta. Cuando vemos este tipo de desastre “administrativo”, caemos en razón de que lo de Odebrecht no debió ser siquiera necesario para reclamar a las autoridades tanta malversación y despilfarre en tantas obras y negocios públicos. Tal vez para eso, poeta, hubiera sido bueno tener importancia. Aunque los que la tienen, generalmente no se interesan por la nación ni por las gentes. Están demasiado preocupados por seguir siendo importantes, por el solo gusto de serlo. Tal vez, como pueblo, unidos, cierto día, podamos ser importantes y tengamos poder para resolver estas cosas… Y en lo íntimo, seguir siendo pequeños, sin importancia, más felices.