La falta de políticas que desmotiven la inmigración irregular. Los sectores de la economía que levantan edificios, demandan masivamente brazos para las tareas del campo y utilizan extranjeros para vigilancias residenciales y labores domésticas tienen al territorio nacional fertilizado para atraer mano de obra de origen externo difícil de controlar por la frontera.
Lo que no tiene contundencia en tales áreas laborales son los incentivos sobre condiciones salariales y de protección social para que sea mayor la proporción de dominicanos en las tareas que con insistencia desprecian en su país.
Demasiada gente local navega clandestinamente hacia Puerto Rico o atraviesa toda Centroamérica y México, a veces temerariamente, para integrarse a actividades productivas en Estados Unidos aceptando incluso colocarse en informalidades que la sumen en la marginalidad de los peores ingresos por aquellas latitudes, pero que de todos modos recompensan mejor que aquí.
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Por lo general, las plazas locales que ocupan inmigrantes no remuneran a los dominicanos en la medida que llenen sus necesidades ni auguran los progresos personales a que aspiran quedando con frecuencia fuera de la Seguridad Social que harían dormir tranquilo y ascender en calidad de vida.
Parecería que como fuente de empleos aceptables el país esté perdiendo competitividad, lo que explicaría el crecimiento que experimentan los flujos migratorios de haitianos hacia territorios continentales y protectorados caribeños, corriendo mayores peligros que infiltrándose aquí. El colmo de la falta de hospitalidad.