El pudor es como un «comedimiento del alma». Cierto sentimiento de vergüenza o de arrepentimiento se relaciona con el pudor; pero el pudor y la vergüenza no coinciden. El primero, a diferencia de la segunda, aparece más vinculado con la interioridad de la persona.
El pudor es objeto de una tensión doble: hacia abajo, en el sentido de toma de conciencia de una turbación, y por tanto como vergüenza; hacia arriba, como aspiración y tensión al valor. Desde hace algunos años, no hay un solo programa de radio o televisión, sea de investigación periodística, de diversión o de información que no nos deje atónito, ofuscado o avergonzado. A veces, son, por los términos usados, otras, son, por las noticias difundidas: un buen día, supimos de sueldos y pensiones faraónicos por solamente dirigir un par de años, un organismo financiero del Estado y nos indignamos.
Otro día, nos enteramos de la desfachatez con la cual se manejan los presupuestos municipales, también nos ofendimos, cuando supimos de cónsules y agregados culturales sin oficio, de cantantes y faranduleros pasando facturas al Estado dominicano porque se comportaron en las primaveras de sus vidas como la cigarra de la fábula de La Fontaine que no supo prever su otoño; presenciamos a diario, ex militares y ex militantes que hacen lo mismo, exhibiendo sin pudor, su heroísmo pasado. También vimos cómo humildes profesoras revestidas del título de Ministras se aumentaron el sueldo sin rubor; y vemos a diario, el pobre desenvolvimiento y la ineficiencia de nuestros diputados y senadores.
Algo anda mal en nuestra sociedad, que irreversiblemente, ha perdido uno de sus más valiosos valores, que es el pudor.
No me refiero a ese pudor relacionado con la sexualidad, que colinda con la inhibición, me refiero al pudor de la sociedad civil, ese sentimiento que se constituye en una barrera invisible y que no podemos traspasar porque más allá, es la desvergüenza, el descaro y la obscenidad, la grosería. La pérdida de pudor nos hace actuar sin límites, sin bordes ni barreras de contención, sin indignación. Ayer era un desalojo desalmado de muchas familias, hoy en la calle, sentí vergüenza e impotencia.
Debemos sentir la vergüenza que ellos han perdido, para no quedarnos indiferentes frente a tantas agresiones, a tantas inmoralidades, dinero para unos, penurias para otros: Desvergüenza, descaro e impunidad van de la mano.