La fantasía del
partido hegemónico

La fantasía del <BR>partido hegemónico

Al final de su artículo acerca de la última encuesta de la firma Penn, Schoen & Berland, que proyecta a nivel nacional al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) con un total de 55% de la intención de voto en contraste con un 38% para el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Bernardo Vega hace una predicción que se está convirtiendo en artículo de fe para muchos analistas: “El futuro del sistema de partidos dominicanos, lamentablemente para nuestra débil democracia, a partir de este 16 de mayo, nos huele a PRI” (“Hoy”, 28 de abril de 2010).

No discutiremos estos resultados pues no hemos accedido a encuestas que nos permitan sustentar un análisis que no sea tachado de partidista o parcializado. Sí nos parece apresurada la conclusión de Vega porque la evolución electoral dominicana demuestra que, por lo menos desde la muerte de Joaquín Balaguer y la progresiva absorción del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) por el PLD y en mucho menor medida por el PRD, el electorado dominicano se ha mostrado fiel a dos grandes partidos o coaliciones políticas, el PLD y el PRD.

Ello se debe a muchas razones: el sistema electoral fomenta el bipartidismo o, al menos, el bialancismo; tanto el PRD como el PLD son formaciones partidarias con una identidad labrada en décadas de lucha política, con cuadros partidistas experimentados, redes en todos los sectores de la vida nacional y equipos técnicos con experiencia gubernamental; las coaliciones electorales han pasado de ser efímeras a ser casi permanentes, con la suscripción incluso de plataformas programáticas tendentes a cohesionar una agenda común de los candidatos de las alianzas; y los votantes desencantados no han pasado a engrosar las filas de una tercera opción política, sino que permanecen como una especie de ejército electoral de reserva para las elecciones presidenciales cruciales.

En las próximas elecciones, esta creciente tendencia bipartidista se acentuará pues, en el mejor de los escenarios, la abstención será alta, lo que indica que se trata fundamentalmente de unas elecciones de partidos, donde será vital la capacidad de movilización de bases y de logística de los dos grandes partidos. Es cierto que el solo hecho de ser un partido en el gobierno le da al PLD una ventaja sustancial sobre el PRD, principalmente en lo que respecta a la posibilidad de ganar un gran número de senadurías en provincias de cuerpos electorales minúsculos. Pero no menos cierto es que, por más esfuerzos que el partido oficial realice, la lógica implacable del sistema proporcional obligará a los nuevos diputados, después del 16 de agosto, a pactos puntuales para la aprobación de las leyes orgánicas en un sinnúmero de materias.

Estas leyes, conforme la nueva Constitución, requieren el voto favorable de las 2/3 partes de los legisladores presentes. Entendemos, por tanto, que el escenario de partido hegemónico es absolutamente irreal. A lo más que podríamos llegar es a un modelo de partido dominante en donde, en condiciones de competencia democrática, tiende a ganar sistemáticamente un solo partido. Pero ello requeriría que el PLD se transformase en un sistema político completo, que permita la alternancia entre las diversas fracciones partidarias internas y la presentación de conjuntos de políticas diferentes para cada coyuntura, como ha ocurrido con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Movimiento Nacionalista Revolucionario boliviano y, en cierta medida, el peronismo.

Esta dinámica interna de reemplazo de liderazgos, que es la única que permite construir una cuasi permanente dominancia electoral, no es compatible, no obstante la orientación del partido morado hacia el modelo “atrápalo todo”, con la eficiente estructura centralista democrática del PLD y el indiscutible liderazgo del Presidente Leonel Fernández.

Si a todo esto sumamos los incentivos constitucionales al bipartidismo, el escenario más que probable, votos más o votos menos, es el de la consolidación de un modelo bipartidista, que solo será amenazado por el (¡gracias a Dios!) incierto surgimiento de un líder carismático y populista que capte a los votantes desencantados, que constituyen el verdadero “tercer partido” del sistema.

De modo que el futuro del sistema dominicano de partidos, para suerte o desgracia de nuestra  democracia, a partir de este 16 de mayo, nos huele a bipartidismo puro y duro.  

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