La fe en el poder y la razón

La fe en el poder y la razón

La historia nos enseña que la secular alianza entre la civilización antigua y el cristianismo nunca fue una apacible armonía, sino una coexistencia agitada por múltiples tensiones, de suerte que se podría decir que la historia intelectual, moral y espiritual de occidente debe su singular agitación al hecho de que la relación entre el humanismo y el cristianismo planteaba constantemente nuevos problemas y forzaba a una discusión siempre nueva.

Este tema se plantea cuando algunos designaban con el nombre de “humanismo” al contenido intelectual, moral y espiritual de la tradición antigua. Pues eso pone en evidencia que se trataba de la relación de dos concepciones, una de las cuales, según ellos, el humanismo estaba movido por la convicción de que el hombre, seguro de su inteligencia, puede dar a su vida la hechura que le plazca, someter a si mismo el mundo en el que está obligado a vivir, trabajando en la edificación de la civilización y en hacer del mundo su patria; mientras que otros entendían que la fe cristiana plantea el convencimiento de que el hombre no es dueño de sí mismo, que está en este mundo de forma pasajera, y solamente podrá liberarse del mundo con la ayuda de la gracia divina.

Hace tiempo que se comprendió que la diferencia de opinión entre humanismo y cristianismo había que reavivarlo. Si hacemos una abstracción de ciertos grupos pensantes, incluyendo de la iglesia, que no eran determinantes para la orientación espiritual, se podría decir que en el curso del siglo pasado, a consecuencia del desarrollo de la ciencia y la dominación de la vida por la técnica, se desarrolló una fe ingenua en el progreso, para la cual el cristianismo, al menos en su forma eclesiástica tradicional, representaba algo sin gran valor y superado.

Pero la cuestión de si se trataba de “uno u otro” no se planteaba entonces, pues había la posibilidad de remitirse a la evolución para decidir si el cristianismo iba a modificarse hasta mantenerse solo como fenómeno cultural, como forma depurada de la religión, lo cual presuponía que la religión no fuese otra cosa que un fenómeno de la vida mortal, e intelectual.

Pero la fe en el hombre como dueño absoluto, dominador de la naturaleza y del destino adoptó la forma de la fe en el poder y desembocó en el esquema del Estado Totalitario. Y como contraparte, esa misma fe, en otra vertiente, se transformó en un nuevo concepto y se convirtió en capitalismo salvaje, que tampoco le da importancia ni a la divinidad ni al más allá, sino solamente al poder y la razón.

Es evidente que esa fe en el poder y la razón no tenían ni tienen que ver con el humanismo verdadero. Un síntoma evidente lo ha sido, su lucha constante contra la propia cultura humanista. Pues a diferencia del humanismo, el totalitarismo y el capitalismo no consideran al ser humano como persona sino como ejemplar de la especie humana y de la felicidad individual.

 

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