Creer es una decisión racional, no un acto emocional ni de adivinación. El que cree ha decidido lo que piensa y asume respecto a un asunto determinado. Tener 99/100 quinielas no da seguridad de que se obtendrá el premio; aunque la colección de evidencias y elementos de juicio aumente nuestro nivel de certeza.
La probabilidad es susceptible de cálculo matemático. Contrariamente, la posibilidad no es gradual ni proporcional; algo es posible o no lo es. Es asunto lógico, no empírico; no es producto del cálculo ni del experimento. Tampoco de observaciones o experiencias metódicamente diseñadas y controladas.
La fe es, ciertamente, una certeza. Aunque se trata de una derivación de experiencias y emociones, de observaciones y deducciones respecto a lo que se nos ha dicho sobre Dios, lo que hemos leído y lo que hemos “experienciado”.
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La fe es muy diferente a una apuesta basada en el azar o las probabilidades. Es una vivencia y experiencia distinta, que tiene un componente emocional calmo, sosegado, ajeno al corto plazo y al inmediatismo.
Tampoco es una alegría que salta, sino más bien una que sonríe cautamente y sabiamente. Que se sitúa confiada y uniformemente en el presente, el largo plazo y la eternidad.
Pero la fe también está enfrentada a los problemas ordinarios y extraordinarios de la vida. A los que suele sobrevivir sin deterioro, aunque salgamos física y psíquicamente fatigados. Mas, su sustancia no suele deteriorarse, sino más bien tiende a fortalecerse, debido a que incluye expectativas de favores eternos.
“La auténtica fe es la capacidad de conservar un corazón que venere a Dios y se someta a Él, aunque nos topemos con dificultades y fracasos, y tengamos sufrimiento carnal o espiritual’’.
Pablo dice: “(La fe es) la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Y como ocurrió con muchos que también han tenido experiencias trascendentales, la fe ya no se refiere a la existencia o no existencia de Dios, sino a lo que uno opta adherirse en actitud de entrega.
Por lo que la fe no es cuestión de creer o no creer que Dios exista: La cuestión es creerle a Dios.
Satanás sabe, igual que Pablo o cualquier humano, que Dios existe. Otros también lo creen pero poco les importa. O como muchos, acallamos nuestras consciencias para hacer lo que nos viene en gana.
La fe es una vivencia liminar, de primer plano y momento; sobre la cual se ha de construir la relación con Dios.
No basta darse en el pecho, ni decir que teme a Dios. La fe ha de ser robusta, una fortaleza de amor y esperanza al servicio de Dios y de nuestros semejantes.
Por eso Jesucristo pidió al Padre que guardara lugar para los que están deseosos de compartir intimidad y amenidad con él y con el Padre.
Estos días son propicios para pedir, a través del Espíritu Santo, que se nos aumente la fe, el compromiso y deseo de ser parte de ese Glorioso Proyecto.