Yo tenía fe, aun cuando dije: Es muy grande mi aflicción. Salmos 116:10
Una persona sin fe es como un árbol sin raíces que no tiene con qué sostenerse; por lo tanto, se secará y jamás dará frutos, porque la fe es Cristo. La falta de fe demuestra que no lo tenemos a Él. Aunque hablemos todo el tiempo y le sirvamos, esto no demuestra que tengamos fe.
La verdadera fe se demuestra con nuestras actitudes, cuando las aguas se desbordan y no logran arrancarnos. Al contrario, buscamos las profundidades de Su corazón para oír sus latidos, los cuales nos fortalecen y nos dicen “Ten fe”.
La fe no crece instantáneamente; es un proceso de maduración de meses y años al ver a Dios actuar y cómo nos responde en los momentos difíciles e inciertos de nuestras vidas. Así como la semilla es pequeña cuando se planta pero al tiempo hay un frondoso y enorme árbol, que no se veía pero estaba escondido; de la misma manera nuestra fe está como una semilla que quiere crecer.
Por lo tanto, la fe no puede estar en nuestra mente sino en el corazón, creciendo cada día con las experiencias del pasado y el presente que jamás se olvidarán, porque quedarán escritas para siempre como un recuerdo de las duras batallas pero las gloriosas victorias que Jesucristo nos dio.