Recuerdo que no me hizo sentido de inmediato el título del famoso libro de Marshall McLuhan: “El Medio es el Mensaje”. Donde enfatizaba que lo que más importa no es lo que usted dice, sino que lo clave es si lo hizo por correo, o lo dijo por teléfono. Los medios en aquellos años no eran como ahora; y la idea que generalmente prevalecía era que lo más importante era el contenido, no tanto la forma o el medio. McLuhan tenía razón. Decirle a ella “Yo te amo”, en la primera plana del diario, es tremendamente más poderoso que enviarle “un papelito”.
Algo similar puede ocurrir cuando se dice que “la fe es la que salva”, significando que no importa que tan buenas gentes seamos, si eso no nos conecta con el plan de Dios.
La fe es la esperanza firme de lo que se espera, aunque no lo veamos. De hecho, la vida se basa grandemente en la creencia de que cada día nuestros familiares y nuestros relacionados cumplirán con sus deberes respecto de nosotros. Toda sociedad es un sistema de expectativas recíprocas, una esperanza probabilística basada en el aprendizaje y la experiencia.
La fe, por su parte, es la actitud positiva, afectiva, que conecta nuestro sistema psico-energético, cuántico (informático) con el centro de la creación y con el Creador.
Sin fe no se puede agradar a Dios porque equivale a quitarle a él la oportunidad de conectarse con nosotros en todo momento.
Lo que más importa es estar conectado a esa red, al cable, al sistema; y estar en la frecuencia correcta para sintonizarse con el Centro Divino que gobierna el Universo.
Jesucristo orando al Padre, de acuerdo a San Juan, capítulo 17, dice: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Dejando entender que ciertamente podemos ser uno con el Padre, digamos con la fuerza rectora, a condición de que cumplamos ciertas condiciones, por lo menos querer ser parte del asunto; como ser una energía afín, sintonizada con la frecuencia del Organizador; o quizás, contrariamente, usted prefiere estar en su propia órbita personal, o quién sabe, en la órbita de quién.
Un incrédulo, en cualquier grupo, es en potencia un desertor, un cobarde, un disociador, un indiferente o un traidor. Con cualquiera de esas actitudes usted no le puede agradar a nadie, en ningún grupo, sociedad o cultura.
Usted puede ser más generoso que la madre Teresa, pero si no está conectado correctamente, puede que aún encuentre con quien conectar en el más allá…Pero sería extremadamente riesgoso. Hemos sido advertidos: “Nadie llega al Padre si no es por medio de mí”.
McLuhan, como creyente, seguramente llegó a entender a nuestro Jesucristo como, al mismo tiempo, el medio y el mensaje; y nuestro verdadero ID: Nuestro código y clave para la vida eterna.