Max Weber, el gran sociólogo alemán, tuvo la precaución de definir el poder como “la probabilidad” de que alguien obedezca una orden con determinado contenido: Así, a) el poder no es algo que usted o yo poseemos, sino tan solo la posibilidad de que otras persona nos hagan caso y nos obedezcan. Y, b) que esa orden tiene un determinado contenido, o sea, que si alguien obedece en cuanto a una cosa, no necesariamente obedece si se trata de otra cosa. Con este enfoque Weber escapó a la trampa de las definiciones dogmáticas y absolutistas, a sabiendas de que toda definición es una abstracción, y su uso es de carácter práctico, y sirve para ciertas cosas bajo determinadas condiciones. Weber habla de probabilidad, o sea, de una esperanza matemáticamente determinable, lo que en estadísticas se conoce también como “promedio”. Si, por ejemplo, un bombero no tiene equipo, ni motivación para apagar un fuego, la probabilidad de que él se disponga a hacerlo es mucho más baja que si los tiene. Se puede medir la proporción o promedio de veces que un chofer de patana obedece ciertas señales, órdenes o reglas de tránsito.
Las leyes, como toda acción de poder se realizan bajo la fe de que algo suceda una vez que la orden es pronunciada.
Según San Pablo, la fe es la certeza de lo que se espera (…), la convicción de lo que no se ve (Hebreos: 11). La Sociología no acaba de explicar bien que la fe es, como habría dicho Neruda, lo que sostiene el techo de la primavera; o sea, la base de la confianza mutua, la esperanza de que otros harán por mí lo que yo hago otros. Sociólogos y antropólogos definen “sociedad”, “roles” e “instituciones” como sistemas de esperanzas (expectativas) recíprocas.
Diariamente predecimos actitudes y comportamientos de peatones y conductores; igualmente, que nuestros compañeros nos ayudarán en nuestras labores; que regresando a casa encontraremos mujer e hijos sonrientes y bien comidos. Comúnmente, un hombre celoso falla en calcular la probabilidad de que su mujer le sea fiel; y ella, calcula mal la probabilidad de que él la maltrate.
Toda la vida del hombre se basa en la fe y la esperanza: en Dios, sus experiencias, o en probabilidades (matemáticas).
Cientistas y poderosos suelen presumir de ateos, teóricamente o en su práctica diaria; aunque, realmente, tampoco pueden vivir sin fe; y crean mitologías e idolatrías propias. Las madres son más creyentes: saben que sin fe es imposible criar sus hijos (aún las opulentas y despistadas).
Demagogos y líderes revolucionarios logran adhesión de las masas creando fe en sus promesas de orden y justicia.
Como encuestador trabajo con probabilidades. He sufrido incertidumbres y difamación. He descubierto que Dios se oculta detrás de las probabilidades y hace justicia a quienes le buscan y le honran.
Los pueblos suelen tolerar mentiras y farsantes provisionalmente, convencidos de que la desesperanza es peor. Una sociedad sin verdad ni justicia no prevalece. Dios rechaza absolutamente la mentira. Su esencia es Luz, Verdad y Vida.