La fe y las obras

La fe y las obras

Es difícil encontrar a una persona que afirme no creer en nada. Como característica destacable, debemos decir que la sociedad occidental, de manera específica, es religiosa.

En esta parte del mundo, cada quien practica alguna devoción.

Sin embargo,­ debemos preguntarnos, ¿qué tan evidente se hacen estas creencias o niveles de fe en cuanto a la solidaridad y el ayudar al pobre, al menesteroso y al hermano necesitado?

El apóstol Santiago, en el capítulo 2, versículo 18 de su carta, dice que si alguno afirma que tiene fe pero sin obras, entonces su fe es vana.

Esto significa que es una creencia muerta, sin valor y sin algún sentido, tanto delante de Dios como, también, delante de los hombres.

Lamentablemente esto es lo que uno observa que se da de manera muy común en muchas personas profesantes de religiones.

Santiago ilustra de modo bien claro lo que debe ser la evidencia de la fe verdadera cuando dice lo siguiente: “Y si uno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? (2:16).

El apóstol Juan planteó lo mismo en su primera carta al indicar que si alguien tiene bienes de este mundo, pero ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? (3:17).

En el evangelio de Mateo, en el capítulo 25, desde el versículo 34, Jesús se identifica tanto con esto que afirma que quien lo hace al prójimo, es como si se lo hiciera al mismo Señor.

El gran teólogo Juan Calvino estableció que la fe por si sola salva, pero que una fe genuina siempre estará acompañada de buenas obras.

 

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