La felicidad jurídica de don Quijote

La felicidad jurídica de don Quijote

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Doña Carlota y su hija en la calle caminaban juntas, bien coquetas y maquilladas del pelo a los pies. Todos dijeron al verlas pasar: “la madre luce más joven que la hija”. La madre fue feliz. Fue feliz todo el día: felicidad materna.Hay muchas felicidades distintas: la felicidad materna, la amorosa, la comercial, la deportiva, etc… Hoy, con su permiso, vamos a tratar de la felicidad jurídica, tema importante en nuestros días políticos…

En nuestro país, y creemos que en todas partes, a las leyes las preceden unas palabras dulces, unos “considerandos” o motivos explicando las ventajas y felicidades que ellas producirán a los ciudadanos, y de paso casi a ocultas mencionan el impuesto, o la carga, o el precio para el logro de esa felicidad jurídica. Pero ¿qué es la felicidad? Dicen que vivimos para ser felices y aquí este modesto escritor se permite el lujo provisional de definirla como esa sensación grata de lograr que queremos. Por ejemplo, Juan Mengánez se siente completamente feliz cuando en el weekend social se engulle en el colmadón dos potes de ron y conquista a Panchita Fulánez, y felicísimo llega a la resaca del lunes. Así, casi se demuestra el sentido romántico de la felicidad a la dominicana, pues para dominicanos hablamos.

Pero sabrá usted que también usamos leyes románticas, no sólo leyes, hasta constituciones, aunque se trate de un truco, de una mentirilla. Por ejemplo, lea usted nuestras múltiples constituciones, las duraderas de hasta cuatro años, o esas desechables que apenas duran meses y hasta días.

¡Qué preámbulos literarios tan maravillosos! Se diría que el presidente, que es el que manda, casi siempre vestido de legislador, ama al pueblo, y esa nueva Constitución que presenta aderezada con traje militar, kepis de oro y flores, bicornio con plumas blancas de avestruz y cisnes, logrará la eterna felicidad de los ciudadanos que viajan en la nave estatal. Es el romanticismo de conveniencia política…

El romanticismo jurídico no es cosa nueva, es más, adelanto que debe ser familia y compueblano de la justicia. Muchos han dicho que siendo la justicia el dar a cada uno lo que le toca, produce felicidad; otros dijeron que justicia es darnos lo que nos pertenece; o darnos lo que nos hemos ganado, o nos merecemos etc.

Quizás sea romanticismo jurídico el pensar que mediante un procedimiento se puede lograr la felicidad jurídica, esa etapa en que todos seremos felices. Unos sostienen que la época feliz pre-legal y paradisíaca fue la citada por Carlos Fuentes, cuando Don Quijote le decía a Sancho: “Dichosa edad y siglos dichosos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro se alcanzase en aquella venturosa edad sin fatiga alguna, sino entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de “tuyo” y “mío”. Eran en aquella santa edad de todas las cosas comunes… Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia… No había el fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen… Las doncellas y la honestidad andaban como tengo dicho, por donde quiera solas y señeras, sin temor que la ajena y la civil intentaran la menoscabar, y ahora en estos detestables siglos no está segura ninguna…”

Esa es la visión romántica del mundo de antes, ese mundo feliz y maravilloso que supuso Juan Jacobo Rosseau en el Contrato Social en que no había ni tuyo ni mío, sino que todo era común  (supongo que hasta las damas), y que se puso fin con el Contrato Social que dizque todos firmamos, en que en cierta forma nació el “bendito” gobierno en cuya época servil hemos tenido la “suerte” de vivir y disfrutar del income tax, las guerras atómicas, el itbis, y de gobernantes cuya historia por pudor es mejor callar.

Aunque parezca raro, el romanticismo afectó al derecho y nuestras vidas. ¡Qué le vamos a hacer!

Así, la experiencia demostró que el romanticismo legal, el mito del romanticismo del Estado, el hecho de salir del paraíso idílico, fue casi una estafa, un error, dejar nuestros derechos naturales en manos de hombres irresponsables, y por eso la humanidad proclama, pide en la Declaración de los Derechos Humanos, que al fin nos devuelvan algo de las bellezas y derechos que entregamos… (Volvamos al tema).

Y querido lector, cuando usted lea los “Considerandos” de las leyes, coja una lupa, límpiese los lentes, porque detrás de la palabrería, de la pantalla, están el impuesto y las lágrimas…

Sí, precisa abandonar fantasías y reordenar el mundo, la vida, el arte y el derecho, para reclamar que nos dejen una brizna de felicidad y para que el derecho al fin sea pura poesía y justicia.

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