El pasado sábado tratamos el tema de la felicidad, y como era de esperarse, varios fueron los comentarios y opiniones de colegas, amigos y familiares. De manera particular diletamos con el primo Enrique Silié Valdez, prominente psiquiatra, y su esposa, Yamira García, acerca de los aspectos más complejos de la felicidad. Ambos esposos opinan que para ser feliz hay que tener «conciencia»de ella. Yo considero que esto no es necesario pues hasta los niños pueden ser felices. ¿Qué nos viene a la cabeza cuando pensamos en felicidad? ¿Éxito? ¿Salud? ¿Lugares? ¿Personas? Otros creen que solo el dinero, la salud y el amor nos dan felicidad (negar yo que ayudan sería una falacia). Pero si usted va a descansar su felicidad para cuando usted se pueda poner en su muñeca el «Lux Watch Ommni», reloj de oro y diamantes, o cuando pueda regalarle a su dama una famosa cartera de la prestigiosa casa Mouawad de más de 3 millones de dólares y pueda poseer el Rolls Royce Phantom (Serenity), considerado «el mejor auto del mundo», entonces si no lo puede alcanzar se pasará usted la vida triste y amargado, mientras que aquel que disfruta lo que tiene, su «mangusito» de plátanos todos los días y lucha por sus aspiraciones de progreso y bienestar pero sin metas desmedidas,entonces usted será muy feliz.
Soy de los que defienden que la felicidad es un importante conjunto de procesos neurológicos que se desarrollan muy temprano -puede que incluso sea desde el útero materno- complejo sistema que es el que rige nuestras reacciones emocionales. Mi nieto Javier lloró al momento de nacer, esto significa que estuvo sufriendo del malestar al que se enfrentaba. Y dejó de llorar cuando se le colocó en los brazos de su madre, lo que indica que sintió una sensación de protección y se puede decir que hasta de confort. Las investigaciones en neurociencia sugieren que el sistema límbico, esa red difusa que conecta las emociones con la conciencia y los laberintos básicos de la felicidad, se forman todos a muy temprana edad. Por eso él, con solo cuatro meses le sonríe plácidamente a sus padres, entonces me pregunto: ¿no es la felicidad lo que siente?
Existe una revista sobre el tema, el Journal of Happiness Studies, lo que nos da una idea de las numerosas investigaciones que se realizan sobre la cuestión. Son tantas las preguntas sobre este sentimiento subjetivo que van desde ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo puede medirse? ¿Cuáles son sus ingredientes? ¿Es hereditaria o adquirida? ¿Cómo varía en las diferentes culturas y países? En fin que los aspectos que conciernen a la felicidad son múltiples donde: la psicología, la sociología, la biología, la teología y la economía son parte de las ciencias que tienen que responder a estas múltiples preguntas con respuestas que no resultan nada fácil resumir, pues la ciencia no puede tan fácilmente reducir los sentimientos a números fríos.
Conocemos gran parte las áreas del cerebro que tienen que ver con la emoción y la felicidad. La amígdala cerebral, una avellana profunda en el cerebro que tiene la capacidad de dotar nuestros recuerdos de un contexto «emocional». Asimismo, está el circuito mesolímbico (vía meso límbica), esta es la vía de la recompensa: es la parte del cerebro que se activa cuando hacemos algo placentero. Hoy no podemos dar una respuesta absoluta a la definición de la felicidad, acción humana, que, como emoción subjetiva variará de una persona a otra, de una cultura a otra, de una generación a otra. Si tuviera yo la capacidad de definirla, de seguro estaría honrosamente nominado al Premio Nobel de medicina, de lo que me sentiría muy honroso traerlo al país. Como dicen: la vida es irónica. Se necesita tristeza para saber qué es la felicidad, ruido para apreciar el silencio y la ausencia para valorar la presencia. Esta cruel pandemia nos ha enseñado lo importante de ser felices con humildad y nos ha ratificado con creces que lo material es intranscendente, ya que la mayoría de los humanos hemos desentrañado la esencia de nuestra propia existencia y aprendido con estas adversas circunstancias, a escuchar con mansedumbre en nuestras íntimas conciencias ¡El sonido del silencio! Sean felices, mis amables lectores.