La felicidad posible

La felicidad posible

LUIS R. SANTOS
Desde siempre hemos tenido la creencia de que la felicidad es algo sublime, etéreo. La asociamos a espíritus iluminados, a monjes, a filósofos, a psiquiatras y psicólogos, a escritores expertos en el tema. También solemos pensar que la felicidad es un estado de éxtasis prolongado, un estado cataléptico del cual despertamos después de una jornada inefable. Muchos se han forjado la idea de que es una especie de dulce embriaguez que nos produce un arrobamiento casi perpetuo.

De igual manera, solemos pensar que esas figuras que admiramos en el cine, en la música, en los deportes, son seres humanos dichosos, hombres y mujeres extremadamente felices. Asimismo, a veces nos asalta la impresión de que el hombre que empuja la carretilla cargada de frutas o viandas es profundamente infeliz. Y podríamos equivocarnos de manera rotunda. Y es que hay muchos prejuicios acerca de la felicidad.

Nuestras creencias religiosas también influyen en la forma en que la percibimos porque se postula la idea de que la felicidad sólo es posible de lograrla tras la muerte, cuando somos merecedores de la vida eterna y logramos una total comunión con Dios. Otros van más lejos y dicen que la felicidad no existe.

Podríamos argumentar que la mayoría de las falsas creencias sobre el tema tienen su origen en el hecho de que nos hemos dado a la tarea de dejar la felicidad a un lado, en el cajón de los imposibles; no acostumbramos a pensar sobre el tópico porque ese no es tema de debate cotidiano; estamos demasiado ocupados tratando de alcanzar el éxito que nos olvidamos de lo más importante. Y qué es lo más importante, ¿el éxito o la felicidad?

Algunos teóricos afirman sin embargo que cuando pensamos en la felicidad o somos conscientes de nuestra felicidad, de inmediato dejamos de ser felices. Pero cabría preguntarse, cuando uno está deprimido, alterado, iracundo, por el hecho de darnos cuenta de esos estados de ánimos alterados, ¿dejamos de ser infelices?

De todas maneras, sin importar las grandes divergencias existentes en torno al tema, lo cierto es que si la felicidad no fuera algo más terrenal, trivial y concreto de lo que una mayoría piensa, entonces habría que afirmar que la humanidad, casi en su conjunto, es infeliz. Por suerte, la realidad es otra; podríamos alegar que muchos aspiran a esa felicidad utópica, pero la que nos ayuda a vivir a diario de la mejor de las maneras es más accesible, y está diseminada por todas partes: esa es la que llamo la felicidad posible, la que aprendemos a capturar, a incorporar a nuestros hábitos cotidianos cuando nos educamos para ser felices; porque hay que recordar que se aprende a ser feliz; que así como nos formamos para ser un profesional en cualquier ámbito, así también nos educamos para ser felices.

La felicidad posible es la que encontramos en el silencio de las madrugadas, en la oración, plegaria o meditación que hacemos a primeras horas de la mañana; es la que encontramos en el primer café del día, en el sol que asoma su cabeza dorada por el oriente, en el beso que les damos a primera hora a nuestra esposa y a nuestros hijos, a nuestros hermanos. Es la que sentimos cuando antes de tomar la calle o emprender las tareas habituales hacemos un compromiso para convertirnos en mejores seres humanos. Es la que nos da el hecho de proponernos no alterarnos cuando vamos hacia la oficina y nos encontramos con un taponamiento de tráfico; la felicidad posible es aquella que nos da el entusiasmo suficiente para realizar nuestras tareas cotidianas; la felicidad posible es la que experimentamos cuando somos amables, respetuosos y compasivos con nuestros semejantes. Es la felicidad que nos recuerda que tenemos un compromiso con las mejores causas de la humanidad; es la que nos embarga cuando nos hacemos partícipe de la solución de un problema de la comunidad; es la que experimentamos cuando cumplimos nuestra responsabilidad como ciudadanos, como padres y madres, como hijos.

Recapitulando, la felicidad posible está ahí, es esa que nos da las herramientas, los mecanismos para vivir con menos desazón y que sólo tenemos que extender las manos de nuestro espíritu hacia ella y apoderarnos de ella. Y para hacer que la felicidad sea más posible aun, debemos recordar a diario que hoy es el mejor día de nuestras vidas y que debemos vivirlo de la mejor de las maneras.

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