La fiebre no es un enemigo

La fiebre no es un enemigo

Alrededor de los años 70 y 80 se acuñó el término “fiebrefobia”, haciendo referencia al empeño de los padres  por bajar la fiebre de cualquier manera. De ahí que muchos han hecho uso, durante muchos años, de métodos empíricos para disminuir una fiebre que, en muchos casos, puede ser de bien, y no de mal.

La fiebre es resultado de la reacción del cuerpo a la presencia de sustancias extrañas (como virus, bacterias u hongos), para lo cual libera otras  que conllevan al estrechamiento de los vasos sanguíneos  y la retención de calor. De manera que, contrario a lo que se piensa,  muchas veces es un gran aliado que advierte cuando algo no anda bien en el organismo.

Según el pediatra Edgar Alan Vargas, la fiebre no es una enfermedad, sino una señal de alarma. “Puedes tener fiebre por muchas causas. La fiebre muchas veces es un amigo que está diciendo que algo está mal, una señal que te está diciendo investiga qué es lo que está pasando.

Cómo diagnosticarla. El término fiebre se refiere a una temperatura por encima de lo normal. Pero para hablar de temperatura normal es preciso considerar variables como la edad, el ambiente, el sexo, e incluso la hora del día. Esto porque la temperatura del cuerpo aumenta en determinadas horas de la tarde.

Según explica el pediatra Edgar Alan Vargas, se considera que hay fiebre cuando la temperatura se eleva por encima de ese parámetro normal. “Todavía 37.7 puede ser una temperatura normal. Se debe considerar fiebre cuando hay temperaturas de 38 a 38.5 ahora cuando llega a 39.8 ya es fiebre real”, señala.

Cuando este síntoma se presenta, lo correcto es observar cómo evoluciona la salud del niño sin medicar.  “Si el niño tiene 38.5 grados de temperatura y está como si nada, el padre no debe mortificarse, porque esto significa que su cuerpo está  manejando esa temperatura”, dice Vargas. Si por el contrario, el niño luce “apagado”, con sueño, quejumbroso o tiene la respiración muy rápida, entonces debe ser medicado.

 Añade que el niño también debe ser medicado si ha tenido convulsiones, para evitar que vuelvan a ocurrir, o si se conoce que tiene una infección que pueda provocar la fiebre. En todo caso, estos medicamentos deben haber sido indicados por un médico, no se deben usar empíricamente.       

Horrores. En la lucha frenética por bajar la fiebre a como dé lugar, muchos padres cometen “horrores” que más bien podrían aumentar el riesgo.

Algunos de ellos son medicar sin indicación del doctor o usar un medicamento indicado anteriormente sin considerar los cambios que ha tenido el cuerpo del niño y que implican una dosis distinta; administrar medicamentos repetidamente, lo cual aumenta el riesgo de intoxicación, y dar duchas frías, lo cual envía información errónea al centro termorregulador del cuerpo, provocando entonces la retención del calor y el reforzamiento de la fiebre.

Un aliado. Según Vargas, en algunos casos la fiebre puede ser un amigo. “Al tener varicela, por ejemplo,   el mismo cuerpo se  protege  matando el virus aumentando la temperatura. Entonces, si bajamos la temperatura  quitamos ese método de defensa natural”, explica.

Lo mismo sucede al colocar ciertas vacunas que provocan una reacción inmunológica que produce fiebre. En este caso, al quitar la temperatura también se disminuye el efecto inmunológico de la vacuna, es decir, quita las defensas.

Las claves

1.  Siga la fiebre   

No se centre en la temperatura, observe al niño. Si no presenta malestar, monitoréelo. Sólo cuando vea  variaciones lo puede medicar.

2. Busque ayuda médica

Si el niño tiene más de 48 horas con fiebre y lo ha estado medicando sin mejoría, acuda al médico.

3. Otras señales

Busque auxilio si el niño está irritable, si la temperatura es muy alta, si hay mucho malestar,   si hay escalofríos o si presenta erupciones o puntos hemorrágicos en la piel.

4. Hidrátelo

La fiebre deshidrata y los medicamentos necesitan buena hidratación para actuar.

5.  No lo abrigue

Quítele la ropa si tiene temperatura alta, esto ayuda a disipar calor.

6.  Disminuya la actividad

La temperatura alta hace quemar calorías y si el niño está muy activo se debilitará más.

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