La fiebre no está en los códigos

La fiebre no está en los códigos

En los últimos quince años el sistema judicial nuestro ha sido objeto de cambios notables. Del obsoleto Código de Procedimiento Criminal pasamos al Código Procesal Penal, salto éste que cambió radicalmente el esquema procesal, persiguiendo con esto que sea la evidencia, y no los indicios ni la íntima convicción del juez, lo que determinara la condena o absolución del inculpado. Y es deplorable que de tantos cambios importantes se hayan  derivado los pobres resultados que cuestionan  hoy desde el Presidente de la República  hasta el más humilde ciudadano. Evidencia ha quedado de que los cambios en los códigos no han influido  para mejorar la administración de justicia en todos los sentidos.

Hay motivos sobrados para sospechar que en algunas fases del procedimiento opera el contubernio en vez de la complementación de esfuerzos contra el delito. Hay razones suficientes para temer que algunas sentencias benignas son el resultado de deliberadas inconsistencias de la acusación, en cuya elaboración trabajan policías y fiscales. Hay lugar para dudar que la fiebre haya estado exclusivamente en los códigos  y en quienes los aplican desde la judicatura. El dueto que componen la Policía y el Ministerio Público en el drama de la pesquisa podría estar arrojando en manos de los jueces más culpas de las que les corresponden. Ya hemos cambiado bastante códigos con pésimos resultados. Nunca estuvo en ellos la fiebre.

CONGOJA Y SOLIDARIDAD

La dominicana Rosalina Altagracia Ynoa quiso dar una grata sorpresa a su hermana residente en España y la mera casualidad la colocó en el tren que se descarriló en Santiago de Compostela,  causando la muerte, hasta ahora, de 80 personas y heridas a veintenas. Ella había cumplido una misión oficial como funcionaria del Gobierno dominicano y aprovecharía la estada para visitar a sus parientes en aquel país.

 Este suceso, que parece comprometer la responsabilidad del maquinista, nos entristece por doble razón. Primero, porque hemos perdido a una hija de este pueblo que deja cuatro hijos huérfanos y una familia sumida en el dolor. Y la segunda razón es que ha ocurrido en país hermano, con fuertes lazos de vinculación fraterna con el pueblo dominicano. Acompañamos en su congoja a la familia de Rosalina y nos solidarizamos con el pueblo español por esta gran tragedia.

 

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