FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El pésimo espectáculo, que han estado ofreciendo los integrantes de la Junta Central Electoral ante el país, es para avergonzar a todo el mundo, aparte de las grandes preocupaciones que los comportamientos de los jueces acarrean, por que no se entienden entre ellos.
El ego de cada uno quiere imponerse sobre los demás, dejando muy mal parado al presidente, que por más suave que sea su lenguaje, ha perdido autoridad frente a una pléyade de primas donnas, buscando cada cual su cancha para exhibirse y ser más jefe que los compañeros.
Se sabe, según el folklore popular, que las fiestas de los monos acaban a rabazos, y eso, en una Junta Electoral que va a arbitrar el evento cívico más importante del presente siglo, no puede darse ese lujo de que cada uno de ellos ande con sus proyectos, cargas de aspiraciones y favoritismo personales, por un temor en la ciudadanía que no asegura que sean responsables y disciplinados, así como imparciales, a la hora de decidir en asuntos espinosos relacionados al evento electoral de mayo del 2008.
En ese remolino de acusaciones, de zancadillas y tropezones para hacer fracasar al juez compañero, la JCE ha venido desarrollando una encomiable labor de organización y depuración de expedientes, tanto en la cedulación como cumplir con el calendario para las elecciones del año que viene. Hasta el establecimiento del libro de extranjería se considera un logro, aún cuando exista tanta resistencia a su generalización. Y es que antes se mantenía en un limbo a centenares de seres humanos, que por sus raíces, tenían bloqueado todo tipo de asistencia oficial.
Son demasiados los seres humanos que la JCE deberá ubicar según su origen, ya que no saben a qué atenerse, mientras van engrosando un ejército silente de incalculables dimensiones, que con el paso de los años, podrían convertirse en una fuerza de consideración y peligrosa para la dominicanidad, siendo una poderosa quinta columna, en momentos que se desintegran los valores cívicos y morales de los dominicanos.
Los miembros de la JCE, en sus forcejeos de personalidades, no se dan cuenta hasta qué punto han alarmado al país y los protagonismos de ellos de los últimos días, fueron un detonante que puso sobre aviso a mucha gente en todas las instituciones nacionales, tanto de la Iglesia, como la educación, de las ONG, y de los empresarios. Una merma en la credibilidad de personalidades, que ya se les ve a las claras sus simpatías y compromisos cívicos y políticos, es para que no se les tenga confianza. Entonces está presente el lamento nacional de haber creído en gente seleccionada con mucho sentido de la proporcionalidad y de satisfacer presiones partidarias, las cuales se están manifestando con demasiada vehemencia, dando señales de una gran inmadurez de pensamiento y de acción.
La tormenta Noel nos hizo despertar de muchas creencias acerca del desarrollo nacional y nuestras riquezas, para estrellarnos en la cara la pobreza que afecta millones de conciudadanos, por igual los miembros de la JCE nos están maltratando con su inmadurez y falta de coherencia mental, pese a ser gente muy bien preparada, egresada de las mejores universidades, pero mantienen una estrechez de miras de sus deberes cívicos como miembros de una junta electoral. Parece que no han podido evolucionar hacia una independencia y de responsabilidad para con el país y están enlastrados por sus orígenes partidarios y gremiales.
O sea, que la JCE nos ha hecho despertar de la fe que se les tenía cuando fueron elegidos por el Senado y comenzaron a trabajar, para entonces darnos cuenta de que son más de lo mismo. Entonces, queda un temor de que nuestra institucionalidad podría verse afectada a la hora que se dispongan a tomar decisiones cruciales, para dirimir conflictos electorales fruto del pataleo de los partidos que pierden, porque los resultados no son halagüeños a su candidato.
Hasta ahora los supuestos fraudes, que proclaman quienes pierden las elecciones presidenciales, es de no aceptar que se manifestó la voluntad libérrima del votante que le dio la espalda al candidato, por sus demagogias, ambiciones e incapacidades, y hasta conocidas acciones dolosas, no son confiables para gobernar al país, y más en uno como el nuestro, donde hay tantas necesidades, pero también hay hombres y mujeres dispuestos a acudir en ayuda de los demás, pero tropiezan en sus buenos deseos con las triquiñuelas de seres humanos, enquistados en instituciones esenciales para la democracia, que a veces desvirtúan las decisiones de las mayorías. Ese sentir adquiere vigencia ante el comportamiento trespatinesco de los miembros de la JCE, arropados por sus egos personales, sin pensar en el país al cual se deben y deberán rendirle cuenta.