La fiesta

La fiesta

JOSÉ LOIS MALKUN
Un grupo de amigos, algunos ligados por vínculos familiares y otros solo por intereses, se reunieron en un lugar de la ciudad para celebrar una fiesta. Todos dirigían empresas y competían unos con otros por lo que su amistad era más circunstancial que verdadera. En el fondo, todos se atacaban mutuamente y buscaban consolidar sus negocios a expensas del fracaso del otro, incluyendo a los que tenían lazos familiares, lo que es común y natural en una economía de mercado.

Algunos de estos amigos eran dueños absolutos de sus negocios y otros ocupaban rango de presidentes o gerentes respondiendo, en cierta medida, a los Consejos de Directores, que eran los verdaderos dueños.

La fiesta comenzó, como se inician todas las fiestas, con los acostumbrados traguitos. Tragos finos, por supuesto, dado el nivel económico del grupo.

Invitados habían aunque muy escogidos, representando por lo general a diferentes sectores de la alta sociedad, en el sentido amplio de la palabra.

Pero como siempre pasa en estos eventos, algunos de los amigos se excedieron con la bebida, dando evidentes muestras de embriaguez. Y como hacen todos los que se exceden en esta materia, comenzaron a brindar con los demás invitados con el consecuente abrazo, secreteo y choques de mano.

Las cosas se pusieron difíciles cuando comenzaron los discursos. Algunos de los amigos se proclamaban héroes nacionales y hasta candidatos para dirigir el país ya que tenían la solución a todos los males. Hablaban de estrategias de desarrollo y de cuantas teorías existen sobre la pobreza. Fue ahí cuando una parte de los amigos, especialmente los que no decidían a capa y espada todo lo que se hacía es sus negocios, decidieron abandonar la fiesta después de unos traguitos, aunque sin alcanzar ese estado de embriaguez que vuelve loco a cualquiera.

La fiesta siguió y los amigos que se quedaron en bebederas, aunque ya saturados de tanto alcohol y de tanto hablar, comenzaron a recibir elogios por sus discursos y propuestas nacionales, por parte de los pocos pero influyentes invitados.

Entonces llegó la etapa de las concesiones. Los amigos comenzaron a ofrecerle a los invitados toda clase de prebendas, desde vehículos de lujos y empleo a toda la familia, hasta villas y castillos a fin de que apoyaran su proyecto.

Cuando todos estaban en éxtasis extremo, fueron los invitados los que iniciaron la nueva tanda de discursos llegando a proclamar a algunos de los amigos como los futuros salvadores de la nación.

La fiesta terminó en la madrugada. La mayoría no se sostenía en pie para llegar a su casa. Lo lograron solo con la ayuda de sus choferes y guardaespaldas. Después de 12 horas de sueños e iniciando un nuevo día de actividad, lo que se suponía que era una simple fiesta, con los disparates de borracho que se dicen y se olvidan al otro día, se convirtió para algunos de los amigos y sus invitados, en un proyecto nacional.

Así comenzó una carrera de dispendios y compras de medios y de conciencia que se extendió a todos los ámbitos de la sociedad.

Al final de cuentas, como todo proyecto que nace bajo las influencias del alcohol, su destino fue el fracaso, no si antes llevarse por el medio a los amigos, que lo perdieron todo y a miles de clientes que dependían de sus empresas.

Los invitados, como pasa siempre, fueron los únicos beneficiados ya que se quedaron con su parte del botín y después se proclamaron los más sorprendidos por el fracaso del proyecto, tildando a sus promotores de locos y prepotentes.

El resto de la sociedad, que no asistió a la fiesta ni se tomó un solo trago, está pagando el costo de esta borrachera y de su resaca ya que no hay tragos gratis en un mundo globalizado.

La pregunta que surge es ¿cuántas fiestas más como esta tendremos que pagar?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas