La figuración peculiar de Carlos de Castro

La figuración peculiar de Carlos de Castro

Marianne de Tolentino

El dibujo sigue siendo el origen de toda representación figurativa y su elemento fundamental aunque luego pinceles, pigmentos y color lo conviertan en pintura. Felizmente, hay artistas que mantienen medios gráficos y pictóricos en un mismo nivel y con una obvia satisfacción. No se trata ya de un boceto, sino de una primera etapa o de una expresión definida y definitiva: el tema se interpretará en lápiz, tinta o acuarela sobre papel, posteriormente en óleo o acrílica sobre lienzo, con un potencial expresivo y estético comparable.
Así sucede con la obra de Carlos de Castro que se nos reveló primero como dibujante, dominando a la vez rigor y agilidad formales, y luego como dueño de un estilo, casi desaparecido hoy, que mezcla realismo y expresionismo con una intención de sátira y/o buen humor siempre.
Fue una dicha contemplar de nuevo, más extensamente, dibujos y ahora pinturas de Carlos de Castro, conformando una exposición individual en la Galería Nacional de Bellas Artes. Se trata de un artista serio, y él no teme que le consideren como portador de una modernidad anclada en el siglo XX.
Por el contrario, la desarrolla observando y (re) inventando sobre todo, pues varios cuadros son imaginación pura o “revival” de una época emblemática. Si Carlos de Castro no vivió el tiempo de aquellos personajes ambiguos ni evolucionó en sus marcos existenciales, hay un maestro a quien ciertamente admira y con el cual comparte temas –carrera, circo, orquesta, criaturas mundanas–, es el famoso pintor francés Raoul Dufy.
Poder de comunicación. Lo cierto es que los cuadros de Carlos de Castro “comunican” en su autonomía particular, y a partir de esta comunicación, surge nuestra lectura. Hay varios sujetos o materias de una experiencia imaginaria, que resucitan o suscitan un período, más en el pasado reciente que en el presente.
Ello ocurre con el espectáculo del circo de antaño, montado desde una carpa en un terreno baldío, ejercitándose alrededor acróbatas, luchadores, bailarinas, mientras, en el interior, disfruta un público apretujado, lo que permite a Carlos de Castro divertirse con una estructura neo-puntillista y sembrar el espacio circundante de diminutas siluetas.
Protagonistas ecuestres son otros motivos de fascinación para Carlos de Castro. Por cierto, él nos sorprende con su dominio de la anatomía del caballo, considerada como particularmente difícil. Esta facultad, que corresponde a un dibujo cultivado y a una verdadera fruición del autor, sobresale en los “Caballos en libertad”, dentro de un paisaje estructurado casi geométricamente, o un entorno de colores fauvistas.
Diversidad. Mencionaremos también los varios carruajes, las escenas de paseo y de galanteo, de seducción, de juego y de trampas… Habría que referirse prácticamente a cada una de las obras, interesantes todas, y pocas veces encontramos esa simbiosis de forma y color, esa crónica de una sociedad real-imaginaria, que se prestan tanto para un comentario individualizado desde los aspectos puramente plásticos hasta las particularidades de la expresión y el enfoque.
El artista puede juzgar implícitamente a los actores de su teatro, de sus “Escenas y escenarios”, manifestarles afecto, ironía, asombro, acoger o rechazar sus comportamientos extraños, pero la última mirada nos pertenece. La obra sigue abierta a nuestra reacción, a nuestra sensibilidad, pese a definición estilística y títulos.
Carlos Castro ha presentado dibujos y pinturas, distintos y originales en el medio dominicano.
Sus obras invitan a construir fábulas, historias o comedias dramáticas alrededor de huéspedes insólitos, ¡que los espacios, entre fulgores y líneas, se pueblen de caballos o de histriones de la vida!

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