La filosofía griega puede ser interpretada como una rebelión contra el Olimpo, contra la arbitrariedad y la irracionalidad del comportamiento de los dioses, quienes mataban a sus hijos, violaban a sus hijas y cometían atrocidades que no cabían en ningún cuadro moral racionalmente concebible. Ni tampoco en la “empiria” y el sentido común de aquellos pueblos primarios, de razonamientos sencillos de causa y consecuencia.
Llegaron, pues, los tiempos de afrontar cuestiones más complejas sobre la supervivencia humana, dejando de lado tradiciones, prejuicios, magia y religión; dando paso al desarrollo del raciocinio metódico, tanto en la forma de obtener conocimiento como de acumularlo: el pensamiento racional y científico.
En un devenir histórico distante, espiritualmente diferente, el pensamiento del pueblo judío arranca de vivencias más afines y racionalmente aceptables, acerca del mundo material y no material; donde se presenta a un Dios único, cuyas reglas de juego y normas morales y sociales son sencillas y claras, facilitadoras de la vida individual y comunitaria; y donde los fenómenos no inteligibles o mágico-religiosos, pueden ser aceptados como premisas no discutibles, por fe o por revelación, aunque su comprensión, como la del universo mismo, no nos sean siempre comprensibles. Reglas apriorísticas auto legitimables, según la bondad de sus resultados.
El pensamiento judío y el griego se encontraron en la historia cuando los romanos, herederos del saber griego, y los judíos interaccionaron en los diversos escenarios en que el cristianismo, de origen judío, penetró la cultura greco-romana.
Por una parte, el cristianismo no tuvo dificultad en adoptar el pensamiento griego: la lógica aristotélica estaba en la mente de Pablo, discípulo de Gamaliel, judío formado en pensamiento racional, que naturalmente fluía en las obras de los doctores de la Iglesia, especialmente de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino.
El cristianismo, base de la nueva cultura europea y occidental, no tuvo ni ha tenido jamás mayor conflicto con la filosofía y la ciencia; excepto por cuestiones de prepotencia de jerarcas religiosos asociados a poderes imperiales, que llegaron a enfrentar la razón lógica y científica (racional y verificable) con dogmas que la auténtica tradición judía y cristiana no necesariamente sustentaba.
Del lado del saber filosófico científico, la mayor parte de los sabios europeos fueron mayormente cristianos, y defendían con igual fuerza silogística los fundamentos de su fe; aunque siempre hubo pensadores disidentes, agnósticos o ateos, que defendían sus postulados de no creencia. Pero, de hecho, los pensadores europeos, ateos o creyentes, nunca pudieron superar el esquema judeocristiano de interpretación de la historia: Hegel, Marx y los que emergieron en su entorno, tuvieron por fuerza que utilizar el esquema: “Del Edén inicial, al Paraíso final”; De una sociedad primitiva natural o creada por Dios, como inicio de todo; a una Ciudad de Dios o Nueva Jerusalén; O una Sociedad sin Clases, como Marx y los utopistas postularon. Otros llegaron al abandono radical de toda fe y esperanza: los existencialistas; que en muchas cosas no superan al hombre común que también a menudo se desespera y se suicida física o espiritualmente.