La forma errónea de cambiar el mundo

La forma errónea de cambiar el mundo

POR QUENTIN PEEL
Financial Times
George W. Bush anunció esta semana “la reestructuración más abarcadora de las fuerzas militares de EEUU en el exterior, desde el final de la guerra de Corea”. Esas no son sus propias palabras. El comandante en jefe, simplemente anunció que planea traer a casa unos 70,000 hombres y mujeres en servicio de las bases en el extranjero, para que puedan tener “más tiempo con sus hijos y gastarlo con sus familias en sus hogares”.

Fue su personal de la Casa Blanca quien se aseguró de que el intento del señor Bush en una presentación llana ante un auditorio de veteranos de EEUU, no ocultara por completo su valor.

Por supuesto, la decisión no incluye las tropas de la primera línea en Irak y Afganistán. Nadie puede estar seguro de cuándo estos volverán a casa. Pero sí significa que uno de cada tres de todo el personal militar de EEUU en Alemania, Japón y Corea -los tres cuarteles de la guerra fría-, serán retirados durante los próximos diez años.

El momento para el anuncio en verdad tiene mucho que ver con la campaña de reelecciòn del señor Bush. Pero de cualquier forma que se lea, la decisión también parece haber estado afectada por una comprensión creciente de la excesiva extensión imperial de EEUU: la maquinaria de combate más magnífica del mundo ya no puede manejar todas las tareas de seguridad del mundo que se impuso a sí misma.

Es una pena que lo que constituye una medida bastante sensata estuviera salpicada de una pizca de pánico, precipitada por las tensiones de una campaña mal concebida en Irak: eso es lo que puso en una tensión de tal envergadura los recursos militares de EEUU.

John Kerry, el retador demócrata del señor Bush, ha actuado rápido al denunciar la decisión como un golpe a los aliados de EEUU y como una señal de debilidad en un momento incorrecto, particularmente en Corea del Sur, donde la reducción de las tropas están teniendo lugar en tiempos en que Corea del Norte debería estar enfrentando la presión más fuerte posible para que abandone sus armas nucleares. Otros dicen que podría resultar en un golpe demoledor a la alianza de la OTAN, ya afectada por las divisiones trasatlánticas sobre la guerra en Irak.

Están equivocados. Los cuarteles en Alemania, Japón y Corea ya han sido superadas por la historia. Excepto en Corea, las amenazas de la guerra fría desaparecieron. A Corea del Sur se le considera por lo general capaz de defenderse sola. Y una reducción gradual en las fuerzas de EEUU tendría el efecto benéfico de obligar a esos países a ser más realistas en lo que necesitan gastar en su defensa propia.

En cuanto a la OTAN, la alianza todavía carece de una dirección clara desde que se evaporó la amenaza de la Unión Soviética. Pero el mantenimiento de fuertes brigadas armadas en Alemania no va a resolver el problema.

No es la reducción de las fuerzas de EEUU lo que está mal orientado, sino el criterio confuso en un contexto más amplio de esta revisión abarcadora de la “postura de fuerza global” norteamericana. Como la incuestionable superpotencia, tecnológicamente capaz de demoler cualquier amenaza en pocos días, si no semanas, la actual administración estadounidense de todas formas está intentando hacer demasiado por sí misma, y de manera errónea. Está tratando de dirigir un imperio global sin admitirlo, y sin hacer los compromisos esenciales necesarios para ganarse aliados suficientes para su causa. En verdad, en lugar de estar ganándose amigos, con demasiada frecuencia los aliena mediante fuertes intervenciones, ya sean militares o diplomáticas.

Los norteamericanos insisten en que su poder no es imperial. Su propia historia trata de la resistencia a los imperios, en especial, el británico. Sin embargo, la nueva estrategia del Pentágono es encerrar el globo en un círculo de bases militares que se puedan utilizar para mover tropas con rapidez a los puntos problemáticos, donde quiera que estén. En lugar de permanecer en Alemania, se desplazarían al sur y al este, hasta Europa oriental, Asia central y el Mediterráneo, más cerca de las zonas de inestabilidad. La mayoría de las bases serían “austeras”, dirigidas por un personal básico hasta que sea necesario, para ayudar a mover tropas ante nuevas crisis.

Algunos temen que si la situación en Irak se deteriora aún más, veremos una retirada norteamericana y una nueva era de aislacionismo. Pero esa no es la amenaza principal. Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 demostraron que las defensas de EEUU no son suficientes: ni siquiera el sistema de defensa de misiles más sofisticado podría detener a los suicidas. EEUU tiene que involucrarse internacionalmente.

Sin embargo, el terrible dilema para la única superpotencia es cuándo y cómo intervenir sin empeorar las cosas. Pero en el propio acto de intervención -ya sea militar, como en Irak, o político, como el respaldo de los opositores a Hugo Chávez en Venezuela- EEUU tiende a estimular la oposición debido a su poder abrumador. Quizás, pudiera desear no comportarse como una potencia imperial, pero está condenado a ser visto como tal, y con frecuencia, se resiste a no comportarse como tal.

La situación era mucho más fácil para los imperios del pasado, antes de los días de la comunicación instantánea. Los romanos y los británicos no tenían que preocuparse demasiado por la opinión popular. Controlaban sus territorios comprando a líderes locales y mediante el reclutamiento de sus ejércitos. No intentaban hacerlo todo ellos solos. Si se necesitaba una mano más fuerte, los británicos podían depender, como hicieron con frecuencia, de su famosa diplomacia naval artillada, para aplastar la insurrección incipiente desde una distancia segura de la costa.

Pero en general, la administración norteamericana actual es más ideológica. Cree en exportar la democracia. Christopher Preble, director de estudios políticos en el Instituto Cato de, Washington, lo denomina “imperialismo democrático”. En su ensayo reciente, “El irrealismo del imperio norteamericano”, señala que los que defienden el concepto de imperio democrático con mucha frecuencia, ignoran las fuerzas todavía mas poderosas del nacionalismo.

Eso es lo que salió mal en Irak. Los iraquíes desean más que les devuelvan su país que importar alguna forma idealizada de democracia liberal. Esto deja a los norteamericanos intentando imponerla a punta de cañón, hasta ahora sin éxito, y al imperio con una sensación de estar sobrepasando sus fuerzas.

———-

TRADUCCION: Iván Pérez Carrión

Publicaciones Relacionadas

Más leídas