La sensibilidad hacia un color no es sólo un hecho biológico sino también social, cultural y antropológico, por lo que no existe un verdadero código de los colores válidos para cada situación.
A grandes rasgos, sin embargo, podemos clasificar los colores dependiendo del tipo de la onda electromagnética emitida y de los significados que toma en nuestra cultura.
A propósito de la primera clasificación, ésta divide los colores en cálidos y fríos.
A los colores cálidos, cuyas ondas tienen la capacidad de penetrar con más profundidad en los tejidos del cuerpo humano, se les atribuye la capacidad de estimular, energizar, favorecer la actividad física y cerebral.
Por el contrario, los colores fríos, aquellos que se absorben más superficialmente, relantizan los ritmos vitales, relajan y favorecen el sueño.
Pero esto no es suficiente para llevar a cabo una elección cromática por lo que es necesario tener en cuenta el significado que cada color toma en la sociedad, por poner algunos ejemplos:
– El rojo es el color de la sangre, de la ira, de las alarmas y del peligro (la señal del peligro y de la emergencia es roja) sobreexcitaste y en los ambientes debe usarse con mucha prudencia.
– El blanco es el color de la pureza, de la cándidez pero hace además referencia a los hospitales y a los lugares de enfermedad en donde se usa de forma errónea e indiscriminada.
– El verde es el color de la naturaleza pero su uso es de hecho, bastante complejo. Dependiendo de las tonalidades puede transformarse en cálido o viceversa, frío o ácido.
– El amarillo es el color del sol en un día radiante, es vital, luminoso y estimulante.
– El gris es el color de la guerra, de la ciudad, del cemento, de la tristeza, del cielo en un día de mal tiempo.
– El azul es el color de la paz.