La fortuna de madurar (Los Reyes Magos)

<STRONG>La fortuna de madurar (Los Reyes Magos)</STRONG>

Hoy terminan oficialmente las  celebraciones de la Navidad, es el “Día de Reyes”.  No les niego que en algún momento me remonté a los años muy felices de mi infancia, sintiendo nostalgia por Melchor, Gaspar y Baltasar, pues mi generación no conoció a Santa Claus.  Discutimos aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”, cuando uno pasa el ecuador de la vida, en la que usted es demasiado viejo para el rock, pero demasiado joven para morir, cuando  asumimos que por el inexorable paso del tiempo nada crece, sólo la frente. Quiérase o no, uno se pone de vez en cuando “filosófico”,  con la venia de mis amables lectores vamos a “conversar”  sobre la crisis de medianía de edad, aceptando que se hereda de nuestros  ancestros primates.  Todos los seres humanos conservamos cosas que heredamos de nuestras especies predecesoras, los osos hibernan con el frío, esperando  la primavera para salir de la cueva, nos pasa algo similar, lo notamos en los días cuando la brisita se hace fresca, en esos días preferimos  quedarnos en el calorcito del hogar.

Una investigación publicada en noviembre pasado liderada por el  inglés Andrew Oswald, profesor de Economía y Ciencias de la Conducta en la  Universidad de Warwick, Inglaterra, confirma que también los monos padecen  -la crisis de los 50 años- de ellos la heredamos. Esa crisis de la medianía de edad -50,60 años- que todos en mayor o menor grado hemos padecido con: interrogantes, reflexiones, conflictos existenciales, psicológicos y emocionales, aprensiones,  cuestionamientos de nuestras acciones pasadas, temores para afrontar nuevos desafíos. Con las sienes grises nos preguntamos si hemos logrado alcanzar  la más grata experiencia de la vida, -la sabiduría-, principal fuente de felicidad. Se acumulan vivencias, enriquecidas  por cada momento vivido que conservamos en nuestras memorias. En ocasiones es una feliz y pletórica  trayectoria lineal con vivencias gratificantes, alegrías desbordantes; otras veces muy sinuosa, con decepciones, rupturas, recomposiciones, siempre debemos aprovecharlas para crecer.  El filósofo francés Merleau-Ponty, considera que: “El tiempo no es más que el encadenamiento de los acontecimientos y que no se corresponde con la realidad.  Los humanos  pueden forjarse su propio tiempo con el aparato de su memoria y su  experiencia”.

Creo que lo  más importante es luchar por la felicidad,  que de manera lógica sólo puede existir en el presente. El futuro no sabemos si va a llegar, y el pasado se disolvió, pero en esa acción de “madurar” aprendemos a vivir el presente, aprovechando las experiencias del pasado y esperanzados por el porvenir, es lo que nos hace –sabios-. Sustento que la felicidad hay que trabajarla y que no hay felicidad sin un accionar. En su obra Testigo de uno mismo, Mario Benedetti  en  su poema “Edades” señala: “Los años nos arrugan/sabemos que el espejo nos condena/que un día estará vacío de nosotros y también de los otros. El débil curso terrenal no es gratuito sino obligatorio”. Soy reflexivo, tal vez un poco crítico, pero siempre muy optimista. Con ingenuidad e imaginación cada año les pongo “mentalmente”  yerbitas y mentas   a los “Reyes Magos”. En mi muy alegre madurez no dejo de tener esperanzas. Hago mío lo aprendido de una paciente amiga: “Si ayudo a una sola persona a tener esperanzas, no habré vivido en vano”, de Martin Luther King.

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