La fragancia de una rosa

La fragancia de una rosa

De amena conversación, culta, líder, orientadora, luchadora, enérgica, de finos modales, conciliadora y de gran sensibilidad social fueron de las múltiples  prendas que adornaron a Doña María Consuelo de Pérez Bernal.  

 La sentí siempre cerca y sincera.   Era una persona sin dobleces e incapaz de herir a nadie, ni de crear conflictos. Su presencia en las reuniones familiares era motivo de alegría y amena conversación.  Siempre tenía una palabra de optimismo y de cordialidad.  Era amiga de sus amigas y diariamente por el teléfono se mantenía al día con toda su amplia red de contactos.  Me comenta mi esposa que hace unos días se encontró con la agenda de trabajo de su madre y quedó gratamente sorprendida del orden de cada punto, de cada cita, sus comentarios al margen y los puntos a resaltar para solución.  Era consistente en sus planteamientos pero volaba de un tema a otro siempre introduciéndolos  con la palabra, “pinceladas”.

Desde el momento que la conocí comprendí que estaba ante alguien de recia personalidad pero de alma noble que siempre buscaba el lado positivo de la vida.

Su primera acción social la realizó en los Estados Unidos al participar durante la Segunda Guerra Mundial en el Proyecto de la Cruz Roja conocido como “Victory Gardens” el cual consistía en ayudar al esfuerzo civil durante dicho conflicto.

Al regresar al país, entendió que por su extensa red de amistades debía prestar su vida a causas relacionadas con el amor al prójimo y la mejoría de  aquellos que por una razón u otra caminaban por los senderos desafortunados de la vida.

Siempre comentaba que no se puede pasar por la vida sin dejar aunque sea una pequeña huella de amor porque es lo que nos hace seres humanos.  No entendía que las personas no tuvieran una ocupación. Decía que todo el mundo había recibido un don de Dios y que cual que fuera éste había que ponerlo al servicio de la sociedad. Manifestaba con frecuencia que este país tenía muchas necesidades y se requerían manos y mentes para ayudar a paliarlas. 

En el 1963 se une a los Cursillos de Cristiandad donde alcanza la posición de Rectora.  Luego se une a un grupo de personas para fundar la Asociación Dominicana de Voluntariado (ADOVOS) y  en el 1971 con un grupo destacado de personalidades funda y es nombrada Presidenta del Instituto de Ayuda al Sordo Santa Rosa.

Recuerdo que en sus viajes al Instituto, cuando estaba el edificio en vía de construcción, en los alrededores de lo que hoy es la avenida 27 de Febrero, regresaba de noche por calles de tierra, sin luz y manejando su propio vehículo y le decía pero “Ud. debe tener cuidado a estas horas” y me respondía, “No hombre que va, pa’lante con los faroles” y se reía.

Doña María Consuelo sembraba amor y optimismo donde quiera que se moviera.  Era un magneto pero del lado bueno de la vida. Como dirían sus nietos y biznietos, era un gran Jedai.

Por su fecunda labor social fue reconocida por el Ayuntamiento del Distrito Nacional, condecorada por el Poder Ejecutivo y por la Soberana Orden de Malta.

Podríamos resumir su vida diciendo que, sembró y dejó muchos capullos y rosas que siguen su obra luchando denodadamente en medio de las carencias propias de nuestro país.

Que en Paz descanse nuestra querida Doña María Consuelo.  Desde aquí pedimos sus bendiciones porque sabemos que, con su insistencia, sus “pinceladas” y su rico verbo, a Dios no le quedará más remedio que enviarlas a todos los que tuvimos el privilegio de conocerla y admirar su paso por este mundo.  Pido al Dios de todos para que en esta transición acompañe a Doña María Consuelo a la morada eterna con la humildad y dignidad que sin excepción siempre mostró a todos con quienes se trató en el paso por su fructífera vida.

Al cerrar esta reseña sobre alguien que siempre creyó que era más importante dar que recibir, recuerdo el antiguo proverbio chino, “la fragancia siempre queda en las manos de quien regala la rosa”.

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