La fragancia inefable

La fragancia inefable

Era una ronda de intercambios animados entre una y mil experiencias. Las señoras compartían acerca de esto y aquello y se desplazaban hacia los temas más variados e interesantes. Entre asuntos que las entretienen y despiertan su interés en medio del tiempo que les restaban para despedirse hasta la próxima jornada.

Planes y responsabilidades estaban dentro de las cuentas de días sucesivos. Ya se acercarán y sabrán distraerse y hasta tener sus momentos de avidez y de desgano. Que de todo hay en este mundo del Señor.

Ni lozanas ni pasadas de tiempo, pero apegados a la vida con un alborozo de vivencias y participaciones en empeño y entereza en el sano intercambio de tantas ilusiones que animan la existencia, e impulsan al intercambio con familiares, con viejas amigas, también compañeros de afanes y labores y este grupo de la tertulia que se reúnen con frecuencia para compartir las cosas que son y aquellas otras que han sido y que las entretienen y no se borran nunca.

Son muy buenas amigas. Verdaderamente muy buenas. Suelen reunirse entre ellas, unas siete u ocho personas en la casa propicia, y se explayan recuentos, en relatos, ocurrencias, mensajes de conocidos de otros tiempos y otras muchas cosas más. Son alegres, festivas, bulliciosas, solidarias y responsables.

A veces transitan brevemente por la política, la situación económica y hasta se sumergen en los avatares de la delincuencia. ¡Ah, la delincuencia!

Una refiere acerca del asalto en que le arrancaron violentamente el anillo a una cuñada. A otra le arrebataron una cartera con dinero y documentos. La de más allá cuenta que a ella la “atestaron” contra una pared para despojarla de un reloj carísimo y sufrió algunas magulladuras.

– ¡Óyeme, te lo aseguro, yo me muero si me pasa eso. Gracias a Dios, todavía…!, –lo dijo aquella con voz temblorosa.

– Para mí –agrega la de más allá– nadie está al escape de esa tragedia. Esto está difícil, mi hija.

–Ni que te digo–, enfatiza una alarmada –Ya ustedes saben que a mi nieto lo encañonaron tres bandidos y le dijeron que era un asalto. Que se apeara y dejara las llaves del carro. La suerte fue que, él, sensato lo cumplió. Por eso es que está vivo.

–Bueno, mis amigas, como yo cierro temprano y me acuesto a leer o a ver televisión, lo único que pido es que quien se meta en mi casa para “asaltarme”, ¡venga bien perfumado…!

 

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